jueves, 10 de noviembre de 2011

"Engañados"

¡Voy descubriendo algo de gran deleite en esto de vivir en los “cincuentas”! Y es, dejar de vivir en los engaños que me cegaron por mucho tiempo. Mientras mis ojos van mermando su capacidad de 20/20, los otros ojos, los de adentro y que parece se van agudizando, me van revelando bellezas contra las que el tiempo no puede.
Mis nuevos ojos también miran rostros pero ellos ven las arrugas de quienes hicieron del reír, una costumbre muy frecuente. Y frentes que conservan cicatrices de dolores, pérdidas y experiencias pasadas como un trofeo de perseverancia.
La palidez o la piel tostada, también, me platican de aquellos que se enamoraron del sol o de la luna. Y, hasta la forma de las manos, me dicen en secreto de las herencias de sus ancestros.
Pero, más allá de lo que el cuerpo cuenta, me gustan sus palabras. Ellas no sólo suenan, sino son el eco del corazón confirmando aquello que Dios dijo: “De lo que abunda el corazón, habla la boca”. Esas conversaciones, que ya no tienen tintes de conquista y no buscan la alabanza, vienen de más adentro para mostrar las enseñanzas aprendidas, las derrotas superadas y las confesiones de sus fallas pasadas.
¡Qué amistades tan hermosas se tejen en la belleza de la honestidad!
Cuando hemos llegado hasta aquí, para muchos, es un tiempo de libertad. Una que te concede el derecho de reconocer tus errores, asumiendo la responsabilidad y las consecuencias sin cargar más con la vergüenza, previamente lavada, por el arrepentimiento y el perdón.
¡Me gusta esta etapa de la vida! Y, aunque la juventud tuvo su encanto, no querría volver a ella si eso implicara renunciar a la autenticidad de la madurez. Aquellos juegos de cortejo tan orientados a la belleza efímera y las erráticas conductas del ego palidecen junto a esta nueva expresión de la amistad, el amor y la belleza.
Así que, ¡sigan los cincuentas trayendo novedades y sus delicias! Que, a mis cincuenta y uno, ¡apenas han comenzado!

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