Antes de que el segundo timbrado sonara, mi mano alcanzó el aparato y
presionó el botón.
Una voz que se escapó del sueño, uno que se esfumó en el olvido al
segundo siguiente, surgió en mi garganta: “¡Ay, no!”.
Mi mente, alerta en un instante, desfiguró la realidad de mil
recuerdos en un panorama lleno de los grises, negros y pardos colores del dolor
y de la ausencia.
“¿Familiar de Ulof?”, dijo la voz desconocida. Un sonido de mi cuello,
atragantado de lágrimas, respondió con ensayada cortesía.
-Ha entrado en paro respiratorio y no puedo sacarlo-.
Cada poro de mi piel exhaló una gota que, helada por la madrugada, se
convirtió en cristal. Mi corazón, olvidando seguir el ritmo de mi respiración,
continuó su latir, retumbando contra mi esternón como pasos que tropiezan.
Mi mente dio nombre al estado que me impidió moverme: Pánico.
Miedos y temores me son conocidos pero, hasta hoy, a las 6:01 de la
mañana, todo mi ser aprendió lo que es el pánico y comprendí que no, no estoy
lista, nunca estaré lista para recibir la llamada anunciando que mi mami ha
partido.
“Señor, tiempo, regálame más tiempo con ella y espera hasta que yo
esté lista aunque, tú y yo sabemos, jamás lo estaré”.
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