A veces, cuando leo algunos comentarios en las páginas de las redes
sociales, estos se convierten en semillas que se transforman en dudas y
germinan en una reflexión.
“El día que se queme en la
hoguera todo el puritanismo de mierda y las buenas costumbres por las que nos regimos,
el ser humano será otro”, leí y al instante mi propio bagaje comenzó a
buscar ideas que pudieran empatar con esa declaración.
El ritual,
conocido por las historias surgidas en Salem, me recordó lo distorsionado de la
información porque, ¿cuántos saben que aquello fue una quema injusta de
inocentes? ¿Quiénes conocen a fondo lo que implicó una persecución contra los
que fueron el blanco de testimonios de falsedad? Lo curioso de todo es que
aquellas personas, señaladas como “brujos o herejes”, eran justamente quienes se
aferraban a su esfuerzo de vivir conforme a su fe para agradar al Dios en el
que creían.
El puritanismo al que se refirió el comentario, efectivamente, aplica
a aquella comunidad de creyentes que buscaban el limpiar su vida de lo que,
naturalmente, está en todo ser humano: el egoísmo, la mentira, la lujuria, los
deseos desmedidos por el lujo, el confort y la vida relajada, la codicia y la
lista que, en momentos de honestidad, todos podemos hacer.
Cuando ellos, los puritanos, intentan vivir así, es importante
recordar, no lo imponen a los demás ni ejercen juicio sobre el comportamiento
de su prójimo (o al menos, así debió haber sido). Sus reglas y sus "buenas
costumbres" eran parte de su diaria convivencia y parte de una meta personal de
vida, cuando era de corazón. Sólo extendían su influencia a sus hijos pero, ¿no
es esa la obligación de todo buen padre?
La última parte de la declaración entonces tiene su respuesta. ¿Cómo sería
el ser humano sin ese “puritanismo” y esas “buenas costumbres”? Ahora lo veo
simple: seríamos seres humanos sin metas de superar nuestro egoísmo y sin
intentos de mejorar. Y, nuestra sociedad sería, exactamente, en lo que se está
convirtiendo, ni más. . . ni menos.
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