La soledad y las mañanas, me enmudecen sumiéndome en las reflexiones
del amanecer.
Para cuando el agua se revuelve entre mis rizos, por lo general, no he
pronunciado palabra alguna. Pero, este día, fue distinto.
Algo, lentamente, fue emergiendo desde la planta de mis pies,
creciendo en sentido contrario al resbalar de agua sobre mi cuerpo hasta llegar
a mi garganta. Entonces, un sonido, hecho melodía, comenzó a sonar. Era mi
propia voz que, cantando, pronunciaba una tonada a la felicidad que se había
apoderado de mí.
¿De dónde había surgido aquel canto feliz? Mi mente entró en acción
para descubrir su origen y lo hizo repasando cada uno de los últimos días. En
su lógica, fue acomodando cada evento y cada experiencia en las diferentes
columnas: “Alegre, triste, difícil, grato, reto, frustrante, alentador,
enojoso, divertido”. Las listas, todas, tuvieron algo debajo de su encabezado.
Y, un poco sorprendida, revisé el saldo: ¡No eran más las cosas “buenas” que
las “malas”! Podía declararlos casi como un empate.
¿Por qué entonces me sentía gozosa?
Después de mi revisión, seguí mi canto, esta vez incluyendo mi
voluntad. Fue entonces que la música me lo explicó. En mi tonada existían notas
con sostenidos y otras con bemoles. Comprendí que, cada sonido, tiene su parte
y razón de ser en el fluido canto de la vida.
A veces, mi música, tiene un tinte de tonalidades menores, plagada de
bemoles y un sonar melancólico y cansado. Pero, otras, resuena en tonalidad
mayor y, sus sostenidos, la hacen vibrante, brillosa y se regocija en su resonar
lustroso.
Cierro la regadera y sonrío. ¡Que lindo es vivir, cantar y disfrutarlo
todo. . . siempre!
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