“La gente está desmotivada, se
siente triste y nosotros, los medios, como parte de la sociedad, queremos darle
a la gente lo que necesitan para volver a sentirse felices: ¡Certidumbre!”,
escuché en la radio, durante una entrevista.
El ofrecimiento, aunque muy generoso, me sugirió un engaño y una forma
de remediar la depresión colectiva que veo a mi alrededor más dañina que la
enfermedad misma. Porque, ¿quién puede ofrecerte la certeza del porvenir?
La idea quedó rondando y, un par de días después, escuché a un joven
haciéndose la pregunta que le ha quitado el sueño: ¿Cómo sé que funciona? ¿Cómo
sé que no me están timando?
Nuevamente, la falta de certidumbre, estaba haciendo estragos y
afectando el ánimo de una persona.
Echando mano de mi memoria, recolecté todas aquellas interrogantes que
no han permitido disfrutar el presente a gente a mi alrededor: ¿Quién me va a querer
con este físico?, ¿Llegaré a encontrar una pareja con el estándar tan alto que
implica mi fe?, ¿Tiene caso estudiar si ni siquiera sé si podré encontrar
empleo?, ¿Es lógico traer hijos a un mundo que se desmorona día a día?, ¿Vale
la pena luchar cuando no sé si el riñón que necesito llegará a tiempo?
Las dudas sobre el futuro aparecieron sembradas en el presente de
tantos y en modalidades tan distintas que, la lista, era interminable.
¿Qué responder a preocupaciones legítimas de los desanimados?
Entonces revisé mi propia vida para descubrir el elemento común a mis
momentos felices y así encontrar alguna respuesta.
Arenas movedizas |
Para mi sorpresa, encontré que, en todos esos momentos, las
dificultades seguían presentes. Ninguno de ellos estaba exento de problemas, retos
o situaciones inciertas. Entonces, ¿cómo llegaron a ser “memorias felices”?
Pude ver que, un poco por casualidad, aprendí a fijar mis ojos en lo
bueno para bebérmelo a grandes tragos y no desperdiciar nada de ello. Los años
me hicieron entender que, el presente, es efímero y que no hay tiempo para
perderlo. También, y no sé como ocurrió, desarrollé la habilidad de acomodar
las cosas en función a su importancia. “Arriba lo que es importante, abajo lo
que no es”. Priorizar, dirían algunos.
Pero, ¿y qué hay de la “certidumbre” que inició toda mi reflexión?
¡Nada! No la encontré por ningún lado y, comprobé que, en la vida, no tenemos
nada seguro. . . excepto la muerte. Y que, con la fe del tamaño de un grano de
mostaza, podemos ir disfrutando el presente, tomando lo bueno que contiene y
clasificando, con sabiduría, lo que es verdaderamente importante.
Al final, parece que la única forma de vivir la vida, con gozo y plenamente, es. . .viviendo.
Pero, “seguro”, esta no es
la única respuesta.
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