“Una solución (o disolución) es una mezcla de dos
o más componentes, perfectamente
homogénea ya que cada componente se mezcla íntimamente con el otro, de modo tal
que pierden sus características individuales”.
Creo que, al fin, alcanzo a comprender esa definición de "Solución" que escuchara en
mis tiempos de preparatoria. Y no es que haya vuelto a la escuela o me interese
la materia.
Pero, al mirar a mis viejos, mis padres, entiendo el alcance de la tesis
química sobre la forma en que dos elementos pueden combinarse.
Durante la fiesta de ayer, observé la enorme diferencia entre mezcla y solución. Muchos de los
asistentes, a diferencia de la “solución” de mis padres, han vivido
mezclándose. Reviso la definición de mezcla y leo: “En química, una mezcla es un sistema material formado por
dos o más sustancias
puras pero no combinadas químicamente. En una mezcla no ocurre una
reacción química y cada uno de sus componentes mantiene su identidad y
propiedades químicas”.
El
estilo de matrimonio, en nuestra época, se ha convertido en el de las mezclas
mientras, en generaciones anteriores, se unían en una solución que sólo por la
muerte podía romperse.
¿Acaso
nuestro egoísmo nos ha convencido de que, nuestro yo, es tan importante que no
debe tocarse o transformarse al unirse al del otro?
Escribo
mi conclusión y me sonrío. ¿Cuántas voces, que jamás escucharé, se levantarán
para defender el derecho individual de la auto-satisfacción y autorrealización,
encumbrada en las teorías psicológicas modernas, al leer mis líneas?
Mi
madre está consumiendo sus últimos tiempos y mi padre, el otro componente
indisoluble de su vida, se consume junto a ella.
¿Qué
elijo? Seguir sus pasos y ser una solución con mi esposo. Los miro, como una
sola vela a la que se le va acortando el pabilo y cuerpo maltrecho,
empequeñecido, y no lo dudo: Espero terminar mis días, junto a mi amado, como
ellos.
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