A las tres de la mañana, el recuerdo de Hanzel y Gretel, los
protagonistas del cuento infantil, me despertó justo cuando, en el sueño, los niños partían de casa.
Aquel ingenioso truco del niño, para asegurarse de que encontrarían el
camino de regreso, logró que centrara mi atención en. . . “Las migajas”.
Aunque Hanzel fue dejándolas caer mientras caminaba en rumbo
desconocido, al fin de la historia, los niños lograron encontrarlas sólo en un
principio pero descubrieron que, el resto de las migajas, habían sido comidas
por las aves. ¡Qué frustración! La anticipación del chico había sido inútil.
Entonces desperté a mi realidad. Hoy, después de casi un año, llegó el
primer contenedor de mercancía con el que iniciaremos el negocio que,
esperamos, sea uno que perdure por mucho tiempo como patrimonio laboral. ¡Qué
emoción ver que, después de tantos intentos, lo estamos logrando!
Pero, como andando de reversa, mi mente recorrió el pasaje nuevamente
y se topó con aquellos intentos previos que, como migajas, seguimos en la
esperanza de que fuera la que nos llevara al buen final que anhelábamos. Y, en
nuestro andar, comprendimos que eran migajas, señales y no la meta.
Un día, confieso, no hubo más migajas que guiaran nuestros pasos y el
miedo, por momentos, me hizo pensar que estábamos perdidos. El tiempo invertido
en la caminata, el desgaste y la espera, entonces, parecieron inútiles. Nos
llegó entonces el tiempo de caminar a ciegas y echar mano de la fe, con la
certeza de que en algún lugar del bosque, nos encontraría Aquel que conocía el
camino correcto.
¿Qué cómo termina mi cuento? Como un buen cuento infantil: Con un
final feliz.
Mientras continuamos caminando en el bosque de la incertidumbre, la
Mano para guiarnos apareció y, esta mañana, llegamos juntos al puerto tan perseguido.
¡Ah! Y este cuento también tiene moraleja:
“No te fíes de las migajas, ni
las confundas con tu meta. Mejor llénate de fe y aprende a caminar a ciegas”.
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