miércoles, 19 de septiembre de 2012

"La pluma"


“¿Cuál es el error y pecado más dañino que puede cometer el hombre, Junior?”, pregunta el padre, en un diálogo de la película “Los grandes debates”. Casi como en juego de adivinanza, quise responder y erré. “La duda”, contestó el hijo.
La trama de la historia –más adelante– confirmaría que su respuesta había sido acertada. Y, como de costumbre, mi mente jugó a encontrar ejemplos que ajustaran y confirmaran la veracidad de tal aseveración.
Mi recorrido, entre muchos otros ejemplos confirmatorios, me llevó hasta un pequeño elefante. Uno bien conocido por sus orejas descomunalmente grandes que tenía como único amigo un ratón cirquero.
Recordarlo –trepado en una plataforma altísima y aterrado por la idea de arrojarse al vacío– fue como verme a mí y a una multitud más, viviendo con las eternas dudas de ser capaces de sobrevivir al reto. 
Entonces entra en acción el ratón, quien le entrega una pluma y que le asegura que con sus dones mágicos podrá emprender el vuelo.
El astuto roedor –sabiendo que su amigo era capaz de volar– materializa en una pluma la confianza faltante en el corazón del elefantito y neutraliza con ella las dudas que le impedían llevar a cabo la hazaña. ¡Vaya historia fantástica!
Y lo fantástico de la historia no es que el elefante vuele sino que refleja con ella la historia de tantos de nosotros.
Miro a mi alrededor y me encuentro con que más de la mitad del mundo camina por el mundo con una pluma “mágica” en la mano, placebos modernos y antídotos contra el temor y la duda.
Allá va la mujer con escotes y maquillajes impecables que la convencen que es atractiva y valiosa. Pasa junto a ella el hombre maduro con un auto deportivo, ventilando con el capó abierto una seguridad ficticia. Y la chica que escandaliza al mundo con conductas y declaraciones, en el intento de convencerse que es única y especial. El joven con la ropa de súper moda y obsesionado con su imagen; la madre perfeccionista con necesidad de justificar su decisión de quedarse en casa; el empresario adicto al trabajo que quiere asegurarse el futuro bienestar económico; la mujer con numerosas cirugías estéticas y su vano esfuerzo de alargar la juventud; el artista y sus extravagancias, los profesionistas y sus estereotipos, los nerds, los “emos”, los hippies, los religiosos, los intelectuales y. . . los ejemplos no tienen fin.
¿Cuál es mi pluma?, tengo que preguntarme. ¿Qué llevo en la mano para aplacar mis dudas y avanzar en la vida? ¿Qué seguridad tengo de que –esa pluma– no se desvanecerá en el tiempo llevándose mi confianza?
Carrera, estatus, belleza, juventud, posesiones, talentos, reconocimientos. . .ninguno trasciende en el tiempo y, con más certeza que antes, concluyo que, si he de abrevar seguridad para andar el futuro, debo elegir lo único que jamás cambia y permanece en el tiempo: Dios.

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