El anhelado momento de reposo llega y corro al teclado. Abro la página y lo que me temía encontrar se revela en la pantalla: “. . . publicada por última vez el 25 de agosto”. El hallazgo me confirma que, eso que me estorba a mitad del pecho, tiene su origen en la fecha frente a mí. Mi inspiración aflora jalando una bocanada de aire, igual que cuando cruzo la piscina por debajo del agua sin respirar. El corazón se agita y mis sienes retumban por el esfuerzo.
Hace once días que no escribo y, aunque intenté capturar ideas con pequeñas notas, ese mundo único y mío de reflexión escrita se esfumó. Mis pensamientos, mis historias, mis visiones, todo, vivió tan sólo unos instantes y se fue al otro mundo, el del olvido.
Y, así como no puedo regresarme al presente de cada instante vivido, tampoco puedo recrear ese espacio-tiempo paralelo que viví hacia adentro, en el rincón secreto de mi mente. La pluma peleó por sus derechos de dibujar un registro del momento pero la bulliciosa y galopante realidad, pasándole por encima, la dejó atrás agonizando.
Un paréntesis de vida se abrió esta tarde y, sin embargo, mi alma creadora reclama y vive el duelo.
No puedo ignorar su dolor. No puedo exigir que calle. Sus creaciones abortadas se fueron sin dejar huella en este mundo. Partieron al mundo del “jamás”, de “ya no existo” y merecen un minuto de silencio, unos puntos suspensivos. . .
Descansen en paz, palabras jamás escritas. . .
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