lunes, 19 de septiembre de 2011

"Invierno"

El invierno tiene su encanto. Las bajas temperaturas nos antojan un buen vino y nada como disfrutarlo junto a una hoguera rodeada de los que amamos. Es el tiempo de la magia del amor al prójimo y las celebraciones. Pero, ¡Qué distinto al invierno de los humanos!
Entre más miro a quienes están en esa última etapa de la vida, me doy cuenta de que ni la magia ni el calor están incluidos en su vida y si lo están las pérdidas, los miedos y una soledad que hace aún más real el frío en el alma.
Con un poco de tiempo observo como los temores de la infancia son desplazados por unos nuevos. El miedo de escuchar que las anheladas visitas diarias, ahora, sólo serán de un solo día. Y, con todo el tiempo disponible se empeñan en convencerse de que así es la vida y es su deber no estorbar los planes de los hijos.
Verlos dudar al pie de la escalera, amenaza constante de una caída que los convierta, aún en más, en los “estorbos” a riesgo de ser relegados a espacios aún más pequeños, más olvidados.
Con cuanta duda salen, de ven en cuando, a pedir ayuda para sortear los retos de una tecnología que no es la suya. No sin antes prepararse a una respuesta impaciente de: Ahora no puedo, tengo prisa.
Cuanto espanto les producen esos “agujeros negros” que van minando su memoria y, con ansiedad, buscan y rebuscan las piezas del recuerdo que les devuelva la certeza de que siguen unidos al mundo de los suyos, aun cuando los suyos, no hay reservado un espacio para ellos.
Sí, ¡qué dura es la vejez! Qué difícil es verlos desgastados por el cuidado a los hijos y, después, ellos vayan tan aprisa que ya no puedan alcanzarlos.
¿Sabrán los hijos el tesoro que para los ancianos es el anuncio de su visita o la llamada diaria? ¿Sospecharán que cada palabra pronunciada para compartirles su vida es el aderezo con el que hacen apetecibles sus días amargos de vejez y soledad? En un momento de quietud, ¿lograrán imaginar la monotonía del zumbar de la televisión, el aparato del oxígeno y el silencio?
Por la noche, mientras oro,  le pregunto a Él si realmente esa es la ley de la vida. ¿Estás seguro que así lo tenías planeado?, le pregunto, intrigada, al Señor Dios.  Y, ayer cuando volví a buscar su respuesta, me encontré con la clave que niega esa “moderna” propuesta para nuestros viejos: “Amarás al prójimo como a ti mismo y, trata a los otros como quieras ser tratado”.
No, no es cierto que Dios avale nuestro egoísmo alentada por una época inyectada de él y nuestro olvido hacia quienes nos han amado desde antes de nacer. Cuidar el tiempo en familia, en su esquema, los incluye a ellos, raíz y sostén de nuestra familia.

A los cincuenta y uno, pienso con alivio que, antes que yo encontrara la respuesta del Señor, mi esposo me ha enseñado a amar a mis ancianos padres al adoptarlos como propios. Y mi corazón grita de contento: ¡Gracias por dejarme a mis viejos, Señor!

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