Érase una vez una niñita que, además de ser bonita, también era princesita. Cierto día, por la tarde, su mami le enseñó un aviso que seguramente venía de algún castillo. Y, el anuncio, así decía: “Mi hija es una princesa”.
¡Los ojitos de la princesa no podían ser ya más grandes! Con las manitas en el rostro y jalando sus mejillas, emocionada exclamó: ¡Aaay, pod-yiooooooos!
La mamá de la princesa pensó entonces, que el mundo sabía de Ariel pero, ¿cómo sabrían de Mia, su princesa, si ella no se los decía? Aunque, Ariel y ella, eran tan parecidas, Mia tenía su propio cuento. Así que, pluma en mano escribió esta carta que, de vuelta, voló al castillo.
La mañana en la vida de Mia inicia no muy temprano y, a decir verdad, se despereza sin prisas, porque, ¿qué princesa puede despertar con apuros?
Una sonrisa asoma entre sábanas rosadas y, su naricita fruncida, responde al saludo de buenos días mientras jala su mantita a la mejilla para arrebujarse un ratito más. El ánimo para salir de la camita le viene en el biberón con leche tibia porque, ¿qué princesa no toma el desayuno en la cama?
El reloj ni los tiempos son los mismos en el mundo “real” de mi princesa. Mamita podrá estallar en relámpagos como el rey Tritón, que ella no aplazará su tiempo para embellecerse y jugar. Aunque sus cabellos rebeldes delatan su temperamento, las pequeñas liguitas ensortijadas y coronadas con moñitos multicolores son parte de su imagen de ensueño porque, ¿qué princesa no luce un peinado especial cada mañana?
Abrir su cajón o el ropero, es como entrar a un jardín de alhelíes rosas, lilas, blancos y morados porque, ¿qué princesa no prefiere los colores rosados en su guardarropa?
La habitación de mi princesa retiembla cuando de elegir se trata. Aunque la voluntad de mamá luche por convencerla de que al cole no se lleva el vestido de faldón amplio y listones, estallarán tempestades pero ella terminará luciendo hermosa con su atuendo de volados al entrar al salón de clase, porque ¿qué princesa puede renunciar a sus vestidos reales?
Al llegar a cualquier lugar, Mia se detiene antes de entrar y espera hasta que las miradas capten su presencia. Los dientecitos asomados entre una sonrisa y ladeando la cabeza, ella sabe, siempre logran la atención. Con una rápida mirada se asegura de haber cautivado a su corte formada por abuelos, tíos, primos y hasta bisabuelos, porque ¿qué princesa no tiene una corte para mimarla?
Tal vez, cuando pequeña, no podía dar muchos pasos, pero eso no le impidió subirse a las zapatillas porque, ¿qué princesa no se deleita con el “click-clock” de los tacones al andar?
A esta pequeña princesa, el mundo de pronto le queda pequeño. Su insaciable curiosidad y sus aventuras incesantes la llevan a hurgar cajones o jalar banquitos para abrir puertitas y, si ni de puntitas alcanza, con su lengua a trompicones convencerá al hermanito mayor, su cómplice personal porque, ¿qué princesa no tiene un lacayo para completar sus travesuras?
Las palabras tampoco son un problema para ella pues, con su lengüita de trapo, se hace entender y, aún con su media lengua, igual recorre un jardín que se pinta las uñas cantando a toda voz porque, ¿qué princesa no sabe entonar una canción?
Y, aunque Mia no tiene aletitas como la princesa Ariel, puedo asegurar que desde que salió del mar del vientre de mami, ha dejado sus huellitas grabadas en el corazón de todo aquel que la conoce.
Así es la princesa Mia:
Bella es ella y a la vez desbaratada.
Dulce, juguetona y un torbellino que todo lo alborota.
Las palabras le van de sobra pues, con sus ojitos brillantes y la sonrisa coqueta, a los corazones subyuga.
Las fronteras no son lo suyo ni tampoco conoce horarios.
Y a mamita vuelve loca cuando hace suya una idea, pues ni mil tempestades juntas, logran hacer desistir, a la testaruda princesa.
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