La fotografía de una pareja que, jugando a ser adultos, posaba para la cámara seguros de que lograrían vencer al mundo, me hizo suspirar. ¿Acaso imaginaron que las tentaciones, el cansancio y el tedio los alcanzarían? ¿Sospecharon, siquiera, que serían derrotados y que su familia y su matrimonio se desvanecerían a la mitad del camino?
Su historia despierta en mí la añoranza, ese sentimiento que surge de la pérdida y que paladeamos con su sabor agridulce.
Me miro en el espejo y recuerdo vagamente que mi piel era luminosa y lisa. Vienen a mi memoria los tiempos en los que, sumir el vientre o alargar el cuello, nunca fueron una preocupación. Y repaso los años cuando, ni las distancias ni el número de escalones, me hicieron detenerme o desacelerar mis pasos.
En cada memoria reviso y no encuentro la conciencia de la realidad. Dando todo por sentado, me dediqué a vivir sin apreciar, sin temer, sin darme cuenta. Y es hasta ahora, cuando la lozanía, la silueta y la inconciencia se han ido, que puedo notar la presencia de todo aquello que era mío.
¿Cómo explicar a los que vienen atrás que es importante vivir despiertos para valorar cada parte de su realidad? Como recordarles que, su cuerpo, su juventud, sus capacidades, su energía, sus sueños, sus amores y compañías, todo, son un regalo especial que deben disfrutar porque, antes de que alcancen a darse cuenta, los años lo habrán consumido y sólo les quedará el recuerdo.
Vuelvo a mirar a la pareja de la fotografía y un largo suspiro se escapa de mi pecho. Sus miradas vivas se han esfumado y sus sueños agonizan después de tantos años.
Hoy es noche de añoranza y, aunque su sabor es algo amargo, degusto con placer los viejos recuerdos porque, a mis cincuenta y uno, ya aprendí que también hay que re-vivirlos, esta vez, con la conciencia de que también son míos.
Cierto, muy cierto, ahora revaloramos, todos y cada uno de esos momentos pasados y de estos momentos presentes...
ResponderEliminar¿Por qué será que abrimos los ojos a las bendiciones tan tarde, Eduardo?
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