Las visitas indeseables no cesan en la Toscana. De vez en vez, siguen apareciendo escorpiones en algún muro o rincón de la casa, a pesar las fumigaciones. Pero, aunque ya no tienen el impacto que tuvo aquel primer intruso sobre la mesa del comedor, confieso que aún me producen un temor algo irracional.
A pesar de eso, estoy encontrando ventajas por el factor sorpresa que agregan a mi vida en la Toscana. Hasta en los momentos de más somnolencia me mantiene alerta. Aprendí a revisar los zapatos, la ropa y hasta las toallas antes de usarlos. No permito que se acumulen objetos fuera de su lugar o por los rincones. Y he desarrollado una rutina de fumigación que ha evitado que las moscas y mosquitos hagan hogar en mi hábitat personal.
Pero lo mejor de todo es que, ahora, el estado de alerta no sólo lo aplico en la lucha por evitar alguna picadura de alacrán. Me ha abierto la conciencia a la presencia de mil cosas que me rodean y que habían pasado inadvertidas. Y lo mismo ha ocurrido con pequeñas experiencias cotidianas y con la gente en sus reacciones.
Y me pregunto, ¿no viviríamos más plena e intensamente todo si aplicáramos ese nivel de atención a todo lo que nos rodea?
Por más extraño que parezca, creo que tengo algo que agradecer a esas criaturas que, en un principio, casi me matan del susto.
A mis cincuenta y uno, voy encontrando que las lecciones de vida vienen en todo tipo de formas y colores, incluso. . . en la forma de un pequeño escorpión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario