En la conciencia de ejercer mi nueva función tutorial con Tlacoyo Ariel, decidí que era importante establecer límites sanos en esta nueva relación, siempre pensando en el bienestar del nuevo miembro de la familia.
Con un proceso de recuperación en su salud, la alimentación se convirtió en un punto de especial atención. Así, con firmeza, ahora me encargo personalmente de alimentarlo sólo para encontrarme que el pequeño Ariel ha decidido que, las croquetas, no le gustan.
Segura de que es el alimento que le ayudará a subir sus defensas y mejorar la cicatrización, me propongo el aguantar la tentación de ceder a su postura, ahora testaruda, rehusando comer el menú que he elegido para su dieta diaria.
Así, pasa una mañana, una tarde y una noche. Intento seducirlo quedándome junto a él para que coma, hablándole y haciendo apetecible el platillo. Pero, ¡nada! El chiquitín, testarudo, desdeñó una y otra vez mi propuesta.
Confiando en que el hambre sería la aliada que traería la victoria a mi estrategia, persisto en mi empeño aunque, confieso, ya con cierta preocupación por Ariel. Ya sé que no es un danés y que ha sobrevivido en condiciones que en nada se acercan a su nueva circunstancia pero. . . ¿Dejar de comer día y medio?. . . comencé a inquietarme.
Al subir por la escalera meditando sobre las opciones para lograr romper su empecinamiento, me topé con mi asistente, una joven mujer sonriente y bondadosa. Con algo en la mano, escuchó mi preocupación por Ariel y, con la cara colorada, me confesó.
-¡Ay! Es que, cuando vi que el peque no estaba comiendo, le traje consomé y carnita. . .-dijo, mostrándome un recipiente con el menú del día,-y ayer le traje arrocito con pollo, porque, ¡pobrecito, no le gustan las croquetas!
Atento a nuestra conversación, Tlacoyo Ariel pareció entender y echó las orejas hacia atrás. Tal vez pensando en que, su manjar, estaba en riesgo de jamás ser servido.
¡Eché la carcajada! Entonces comprendí que una alianza secreta boicoteaba mis planes de alimentación y que, este pequeñito, había logrado cautivar el cariño de su cómplice.
A mis cincuenta y uno, aún vivo la fantasía de que puedo tener todo bajo control pero, confieso, me encanta toparme con estos amorosos boicots. . . de vez en cuando.
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