Dicen por ahí que “La felicidad toca a la puerta” y es posible que tengan razón. Pero, unos días atrás, comprobé que no siempre es así. En ocasiones es necesario levantarse y correr tras ella. Y no porque sepamos que vamos tras de la felicidad, sino por escuchar esos brinquitos de la conciencia que no dejan en paz a nuestro corazón.
Las implicaciones de hacerlo, al menos en mi caso, fueron el renunciar e improvisar, dejando de lado los planes configurados conforme a las conveniencias y la razón. ¿El resultado? Que, sin esperarlo, todo se convirtió en la felicidad más espontánea y, como fue compartida, la mar de sabrosa.
Todo comenzó con la fiesta de cumpleaños sorpresa para mi mami cuya notificación me sorprendió, primero a mí, con los renglones de la agenda completa y compromisos confirmados, encabezando el fin de semana la boda de una joven amiga querida-querida, muy querida. ¿Cómo no compartir con ella uno de los momentos cumbre en su vida? Así, entonces, comenzó el juego de reintentar ajustar los tiempos y los eventos.
Después de una semana de ausencia, la promesa de un fin de semana en familia hecha a mi hijo también cobró importancia. ¿Cómo cancelarle cuando ya se habían sumado planes para disfrutar el tiempo juntos?
Tampoco era sencillo borrar la reunión con el grupo de la iglesia y los reencuentros con los amigos el domingo. Y ni hablar de la escapada con las parejas que, vez tras vez, nos invitan sólo para escuchar un nuevo cambio de planes.
Cuanto más me empeñaba en aferrarme a la agenda convenciéndome de que, además, la economía familiar requería cuidado adicional, menos paz tenía. Así que, abriendo la conversación con un “Oye, Gordo” (frase que hace temblar a mi esposo cada vez que la escucha), le pregunté si podíamos correr a la boda, decir mi discurso y tomar carretera de regreso para llegar a la fiesta sorpresa. Con una sonrisa y su eterna paciencia, aceptó el plan que implicaba horas en carretera, muchas prisas, estrés en la carrera contra el reloj y, obviamente, olvidarnos de los planes familiares. . . (continúa)
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