jueves, 19 de enero de 2012

"Hombre viejo, pobre hombre"

Por la puerta de atrás de mi conciencia, mientras dormía, se ha colado una historia vieja.
Los reflectores, por influencia del título, llevan mi atención a un joven, “el hijo pródigo” y, con anticipada confianza, recuerdo el final. Aquel muchacho, antes rebelde e insensato, con la derrota en la piel, la vergüenza en los ojos y el arrepentimiento en los pies, un día, vuelve a casa.
Entonces noto una presencia. Callado y en la  penumbra, se esconde un hombre cuya edad me es indefinida. Deduzco, por la de sus hijos, que no rebasa los cincuenta y, sin embargo, sus canas, arrugas y hombros caídos, me hacen pensar en más años.
¿Qué edad tienes, hombre de cara triste? Dirijo los reflectores a su vida para alcanzar a ver los detalles. Y, entonces, escucho sus pensamientos.
Su hijo se ha ido de casa y, sin creerse sabio, conoce el futuro que le espera. La arrogancia y el libertinaje son una alianza que sólo pare destrucción a su dueño. Entre suspiros, el hombre se pregunta: ¿He fallado? ¿Acaso es mi culpa su insensatez? Y, calladamente, llora atormentado con la duda.
Sigue su vida y finge una alegría que no siente, porque, ¿Qué culpa tienen lo demás de su tristeza? ¿A quién le importa su vergüenza?
Los días pasan y su corazón roto sólo sobrevive por la vaga esperanza de que, el hijo rebelde, recuerde sus palabras, sus enseñanzas, sus ejemplos y, sobre todo, a Dios. Atisba desde el balcón empecinado. ¡Él volverá porque ha sido bien criado!, martilla la idea para asirse a algo que impida ser remolcado al desconsuelo.
Y, el esperado instante, ocurre. El hijo, abatido y derrotado, desanda el mismo camino que lo llevó al mundo de anarquía que, con consejos y paciencia, su padre le trató de evitar. El hombre lo abraza y lo recibe con un corazón agradecido. ¡Su hijo ha vuelto y aún hay tiempo!
Apago el reflector. El corazón me duele y la compasión por ese hombre me deja en silencio. ¡Ay si pudiera consolarlo! Y, si pudiera abrazarlo, con un susurro al oído le diría: padre del hijo pródigo, lo siento, creo que ahora. . . te entiendo.

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