En épocas del Imperio Romano, en ocasión de fundarse una nueva ciudad, se procedía a trazar su perímetro mediante un surco provocado con un arado según un viejo rito etrusco y, para dar entrada, se deja una segmento sin trazar, siendo entonces el origen de lo que ahora conocemos como “puerta”.
Las puertas, como tal, me resultan fascinantes y me apasiona observarlas en todas sus formas y materiales, desde las más ordinarias hasta las inmensas como la de la catedral de la Sagrada Familia en España con sus grabados de los pasajes bíblicos con la vida de Jesús en la tierra.
La puerta es, además, el símbolo que me recuerda que, detrás de lo obvio, pueden esconderse mundos y secretos, a veces, jamás descubiertos. Las vidas de los seres humanos, detrás de una puerta, se tejen en historias, leyendas y misterios.
Pero, también, son el arma contra la destrucción en su uso más cotidiano.
Es con un portazo que gritamos a la gente que estamos marcando un límite o anunciamos el fin de la comunicación. También protege al prójimo cuando, a piedra y lodo, nos encerramos para ganar tiempo y aplacar los sentimientos que en ese momento nos llevarían a rodear el cuello del agresor con nuestras propias manos. Entonces, la puerta, se convierte en un instrumento de preservación, tanto del uno como del otro.
Y, en mejores circunstancias, la puerta es la combinación perfecta para las llaves, icono que envían el mensaje de quien las otorga a quien las recibe, de que es bienvenido y depositario de nuestra más profunda confianza. Así se entregan las llaves de ciudades enteras y, otras más valiosas, del corazón.
Los invitados a los que entregamos las llaves de nuestro hogar, a veces, sin saberlo, llevan en ellas nuestra expectativa de que, jamás, atentarán contra la gente de nuestra familia y honrarán con su conducta los códigos de honor de la morada en que residen.
Las puertas y las llaves, llevan en sí, mucho más que maderas, clavos y cerraduras. Por sus rendijas, tablones y cristales, ocurren un millón de ideas, conductas e intenciones que, si las meditáramos al cruzarlas y abrirlas, seríamos, por mucho, más cuidadosos y mejores humanos.
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