Nuestro planeta es distinto a otros por la presencia de agua y, nuestro cuerpo, es casi un 70% de agua. Cuando sentimientos intensos nos embargan, lloramos gotitas de agua y, al alterarnos, es con sudor que nos cubre la piel de agua que lo mostramos. El líquido vital es parte nuestra e indispensable para sobrevivir.
Pero también me encontrado que, los mejores amigos, son como el agua.
En momentos de desesperación, es su compañía acuosa la que nos sacan a flote y nos carga cuando las fuerzas nos han abandonado. Ellos se convierten en brisa húmeda si el calor de los problemas nos agobia y son como lluvia que resbala sobre el rostro mezclándose con nuestras lágrimas.
Si la vida, como la conocemos, se nos rompe en pedazos, ellos corren entre los trozos para mostrarnos una imagen unida que nos devuelva la esperanza. Y sirven como río que conecta, mediando, cuando surge una zanja entre nosotros y un ser querido.
Sus palabras pueden ser esa cascada alegre que nos habla del futuro; lago para escuchar silencioso nuestras quejas o río que nos empuja a seguir adelante.
El buen amigo es como un mar donde podemos refugiarnos y que se amolda acompañando nuestra forma y movimiento sin tratar de aprisionarnos.
Siempre recordare el año que se ha ido pues, como agua hecha vapor, dos nuevos amigos se colaron por las rendijas de mi vida. Uno, me lo trajo el mar y, el otro, una estrecha calle que avanza desde mi casa hasta el otro lado del pueblo.
La amistad es como líquido que refresca y trae vida. Sí, los amigos son como el agua y nadie puede vivir sin ellos.
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