Según las tradiciones, todas las dietas inician en lunes y las listas de propósitos se escriben el primer día hábil del año. Esta vez, por coincidencia, ambas llegan en lunes. Así que, siguiendo la tendencia mundial, abro la pantalla para escribir mi propio listado.
Meditando sobre lo que habré de intentar en el año que tengo por delante, nuevecito y sin estrenar, descubro que la fórmula para elaborar mi plan, más que sumar, requiere restar y borrar. Y la razón es simple: mis metas del 2011 siguen ahí, intactas y sepultadas por eventos, actividades e imprevistos que fueron robando el tiempo que había programado para ellas.
Así, como quien retira el polvo de un mueble, agito el plumero sobre mi lista pasada y veo reaparecer objetivos que estuvieron en la mira de mi voluntad justo hace un año. Y, a pesar de haber quedado sepultados bajo los escombros por 12 meses, encuentro que me emocionan tanto o más que cuando los escribí por primera vez.
El reto de volver a tocar el violín es, por mucho, uno de los que más azuza mi valor. Completar esa novela que durmió el sueño de los justos y presentarla en febrero pondrá a prueba mi disciplina. Dejar de balbucear el francés y aprenderlo en forma, será el regreso a una de mis pasiones: aprender.
Cosa extraña. Ni el ejercicio ni bajar de peso encontraron espacio en mis renglones pues, las caminatas con mis perros y el dominio propio, bien aplicado, cubrirán esas necesidades como un bien colateral.
Y mi repertorio de propósitos, aunque en desuso temporal, es vigente en mis deseos, por lo que sólo agregaré uno nuevo: ¡No permitir que mi lista vuelva a caer en el olvido!
Arranca el 2012. . . ¡Qué bonito es estrenar!
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