En el mundo en que vivo, resistir la presión por lo que crees, es un acto que requiere convicción de acero.
En el mundo en que vivo, no caer en el gélido estado de parálisis que el miedo genera en la mente y la voluntad humana, sólo lo logran los que creen en la “resistencia”, ¡tan pasada de moda!

En el mundo en que vivo, lo insobornables, aquellos que resisten para vivir lo que creen, son los pequeños fetos de los héroes de nuestra época. Héroes que, a veces, en el camino de las conveniencias, se vuelven abortos desgajados de los principios y creencias.
En el mundo en que vivo, nuestra sociedad, muerta de miedo, asesina a los líderes incorruptibles sobornándolos con la razón y convenciéndolos de lo inoportuno del “cambio”.
En el mundo en que vivo, el pobre acepta su pobreza y la nutre de desesperanza. Los jóvenes, encubiertos en la indolencia y la indiferencia, huyen de la confrontación a la verdad de la injusticia por haber perdido la capacidad de creer en algo mejor. Y la generación al mando, adultos y apoderados, con aires de suficiencia, se empeñan en perpetuar sus formas antes de reconocer que han dado frutos de error y fracaso, pobreza e injusticia. . . destrucción masiva.
Este es el mundo en que vivo. Uno donde los insobornables son llamados radicales y enviados al destierro. Donde jóvenes y pobres han dejado de creer. Y, donde los que se han hecho de un pequeño nicho de seguridad, usan las garras del miedo para aferrarse a una realidad injusta para muchos y conveniente para pocos.
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