¿Por qué escribo?
Supongo que mi pregunta es poco original pero, cuando surge en mi mente nuevamente, recobra vigencia y su respuesta única, personal, la transforma en un cuestionamiento trascendental., uno de esos que puede cambiar el curso de mi historia personal.
Podría responder, si lo hago sin pensarlo mucho, que escribo porque tengo algo que comunicar, algo curioso o interesante que decir o porque, a través de mis escritos, tengo la esperanza de lograr en alguien alguna reflexión que la lleve a tener un pequeño o gran cambio en su forma de vivir.
Pero, si me detengo a meditar mi respuesta un poco más, seguramente responderé algo menos altruista y mucho más “egoísta”.
Cuanto más lo pienso, me doy cuenta de que, así como las plantas no cuestionan su tendencia a crecer, igualmente el escribir para mí es una parte que simplemente debo hacer para vivir. Y, al igual que las plantas, a veces el tiempo de lluvia y un lugar soleado me ayudan a que las letras y las ideas florezcan. Aunque también vivo tiempos de sequía en donde el tiempo escasea y la maleza de las mil tareas asfixian la inspiración, savia de mi pluma.
No niego que es excitante el pensar en el lector “anónimo” que fielmente lee desde Australia mis inserciones diarias en el blog, o que los comentarios me alientan a seguir compartiendo lo que escribo. Pero no caeré en la tentación de confesar que los lectores son el motivo de mi pasión, aunque no dejo de agradecerles su lectura.
Pero, como dicen por ahí que, “de músico, poeta y loco todos tenemos un poco”, me declaro un poco de los tres, aunque severamente afectada por la locura de derramar los pensamientos en letras, puntos, comas y silencios.
A los cincuenta, vivo apasionada por mi amante secreto: “ESCRIBIR”.
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