jueves, 14 de abril de 2011

"Memorias"

La lección de Lorenzo ha quedado zumbando en mi mente despertando mis memorias.
“Eres una anciana de 23 años”, dijo mi padre al verme sumida en la peor depresión de mi vida. A esa edad, viviendo las consecuencias de mis malas elecciones, había dado por cancelada mi vida. No lograba encajar ninguna esperanza en medio del desastre en que había convertido mi vida y sólo deseaba morir, terminar con el sufrimiento y partir. Cuando levanté de nuevo el rostro, un sentimiento se convirtió en mi motor: la rabia.
Cada vez que caía en la tentación de hacer un recuento de mi vida, la furia me invadía y, muchas noches, pasaba horas llorando por los sueños rotos y los proyectos imposibles. El mundo se convirtió en el enemigo a vencer y la superioridad de la perfección mi principal herramienta para vencerlo. ¡Sería una mujer exitosa sin importar lo que costara!
Pero los éxitos me fueron agotando y al paso de los años, nuevamente, fui tragada por la tristeza de los errores de mi primera juventud. Ni mis logros, ni mis éxitos lograban sacarme a flote y, mi guerra contra el mundo, sólo logró aislarme en una cruda soledad.
¡Sólo Dios podrá salvarte!, escuché de la voz compasiva de un amigo. Y, así fue. Dios fue el único que pudo rescatarme de la plancha sobre la que caminaba rumbo al vacío de la muerte en vida. Escuchar por vez primera quién era ante los ojos de Dios, la verdadera misión en mi vida según sus planes y saber que Él me amaba a pesar de todos mis fracasos, errores y defectos se convirtió en el nuevo aliento para continuar mis días.
A los cincuenta años y volviendo la vista hacia el pasado, puedo ver que, de nos ser por mi encuentro con Dios, jamás me habría reconciliado con mi pasado y un futuro de muerte habría sido mi destino.

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