“. . . cumplo mis 15 años llenos de amor, tristezas y alegrías. . .” leí en la original invitación de mi sobrina y mis ojos se llenaron de lágrimas. Quince años y era capaz de reconocer que en su vida, también, hubo tristezas. ¿Dónde estaba aquella tendencia de esconderlas debajo del tapete en los momentos de celebración? La invitación me animó a compartir el resumen del año que ayer, en mi cumpleaños, concluyó cerrando el ciclo con la hermosa fiesta sorpresa que organizaron mi hija y mi esposo.
El año 50 de mi vida inició con un viaje mágico a un rincón escondido entre la naturaleza junto a la cañada que bordea un río en Veracruz. Mis expectativas eran muchas y mi ánimo se desbordaba igual aquel caudal de agua a mis pies. Pero, tras 365 días, me doy cuenta que ni uno sola de mis expectativas se cumplió, ni mis planes se vieron cristalizados y, en menos de lo que imaginé, todo tomó un curso inesperado.
En este año ocurrieron cosas muy buenas y otras muy malas.
Mi salud, cada mes, sufrió un evento que la deterioró. Mis sueños sobre el futuro de la familia de mi hija se hicieron añicos. Odié con toda la fuerza de mi corazón a quien más daño ha hecho a mis seres amados. Sentí el puñal de la traición de una persona en quien confié. No vi ni hablé en todo un año a dos de mis hermanos. Esperé inútilmente la llamada de una querida amiga. Perdí la posibilidad de disfrutar a dos personitas amadas. Fui difamada por quien debía protegerme. Mis proyectos como escritora quedaron estancados. Me sentí frustrada al ver como un afán de ayuda se tornó en motivo de conflicto. Escuché insultos y rechazos. La puerta se cerró tras la partida de quien fuera parte de mi familia por muchos años. Sólo leí 3 libros completos. Extrañé muchos domingos en mi iglesia. Vi partir de México a una entrañable amiga. Escuché el anuncio de cambios inesperados en el futuro profesional de mi marido y nuevamente, con una traición. Y, por muchos momentos, perdí el rumbo y me sentí extraviada.
Y, también en este tiempo, Dios me enseñó a perdonar al verdugo de mi familia. Mi matrimonio se convirtió en la fuente de reposo y consuelo. La confianza de mi esposo en el Señor fue real a mis ojos. Vi a mi hija surgiendo como un ser humano maravilloso. Lloré de felicidad tras el anuncio de mi hijo para volver a casa. Recibí el regalo de un rincón donde he jugado, por horas, lego con mi nieto y al arenero con mi nieta. Fui finalista en los concursos de escritores en que participé. Fui arropada con oraciones de mis mejores amigas en momentos de prueba. Se sumaron a mi vida mis nuevos amigos andorranos. Viví mi primer viaje con toda mi familia a un lugar mágico. Me reencontré con mi hermana menor y su familia, y pasamos momentos muy divertidos y me prodigaron de ayuda cada vez que lo necesité. La belleza interior de mi mami superó a la exterior. Leí mensajes de correo de mis amigos recordándome su cariño. Vi llegar a mi hermana mayor por la puerta en cada momento de necesidad y a mi esposo levantarse en optimismo y confianza en Dios a pesar de la incertidumbre. Escribí muchos cuentos, jugué Farmville hasta el nivel 100, redescubrí a mis primas y amigos cuando descubrí Facebook. Rescaté mi amor por los animales. Mi hija sobrevivió a dos cirugías y libró el riesgo de secuelas muy graves. Inicié un blog. Escuché las risas y cantos de mis nietos, los planes y proyectos de mi hijo, la voz jubilosa de mi hija en sus éxitos, las palabras de esperanza de mi esposo, despedidas cariñosas de mi madre y, sobre todo, la voz del Señor acompañándome.
¿Suena una lista caótica? Lo es porque, este año, lo fue y, basada en el presente, retos muy fuertes están esperándome a la vuelta de la esquina.
Alguien tiene una frase que dice: “Hay gente con estrella y hay otros estrellados”. Tal vez, a sus ojos, yo pertenezco a los segundos. Pero, lejos de eso, mi vida me parece apasionante por una razón: como creyente, trabajo diariamente para parecerme más a Cristo y pienso que, en este ciclo, las lecciones me han ayudado a comprender Su vida. La incomprensión, el rechazo, la humillación, la traición, el sacrificio no apreciado, la soledad y el abandono, la injusticia y el desamor de los suyos, son cosas que Jesús vivió en su paso por el mundo. Y, sin guardar proporción, yo tuve una dosis de cada una de ellas durante este año que termina, justo en la semana en que recordamos los últimos días de Jesucristo antes de morir en la cruz.
Hoy doy vuelta a la página y cierro un capítulo. Hoy, puedo entender más a Aquel a quien sigo. Hoy, puedo sentir compasión genuina para quienes han tenido pasajes como los que me tocó vivir. Hoy, puedo asegurar que mi fe está dando frutos. Hoy, hablo del perdón y la Gracia de Dios habiéndolos experimentado. Hoy, puedo confirmar que Dios sigue haciendo milagros. Hoy, puedo hablar del amor al prójimo porque lo he recibido en abundancia. Y, por encima de todo, HOY, confirmo con plena certeza que ¡Dios es bueno! ¡Dios me ama! Y que, todo, vale la pena vivirlo porque es Su Voluntad para mi vida.
¡Adiós a mis 50! ¡Bienvenidos los 51, porque Dios está conmigo!
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