martes, 12 de abril de 2011

"Atrapada"

Ayer, sentada en el recibidor y tratando de no contaminar la escena, disfrutaba de ver a mis dos nietos correr de un lado a otro entre risitas. Juntos buscaban la manera de alcanzar el pestillo de la puerta para abrirla y, entre cuchicheos, buscaban opciones de un banquito a otro parándose de puntitas para lograr su cometido. Sus rostros reflejaban algo que, parece, muchos adultos hemos perdido en el camino de crecer y que yo, con sólo ver a mis nietos, comencé a experimentar: “deleite”. 
Repasando las dinámicas de mis pequeñitos descubrí que, a lo largo de su día, disfrutan de muchos momentos así. Mi nieto, haciendo correr su cochecito a lo largo y ancho de los muros de todas las habitaciones disponibes. Mi nietecita, caminando con ritmo mientras canta la canción que ya domina con maestría, “Si las gotas de lluvia fueran de chocolate”.
Repasando mis recuerdos fui encontrando los placeres que he escuchado de la gente, que de tan simples, suenan extravagantes: la fresca sensación de las sábanas antes de ir a dormir, barrer el frente de la casa al amanecer, tomar un refresco de cola helado en unos cuantos tragos, terminar un libro en la madrugada, correr bajo la lluvia en el jardín y así, me divertí con mis memorias.
Y, tratando de rescatar los míos, me di cuenta que son igualmente ilógicos pero áltamente placenteros: comer chocolates bajo la regadera, arreglar cajones, alinear los cubiertos sobre la mesa, caminar sobre hojas secas, que mi esposo me abrace al amanecer, el aroma del café antes de abrir los ojos, subirme al auto limpio. ¡Simplezas!
El sonar de una alarma en mi mente me alertó: ¡tus deleites han quedado atrapados!, pensé. Los he ido sepultando bajo las rutinas y las prisas; la sofisticación de mis placeres los han ido asfixiando poco a poco.
A mis cincuenta, aún tengo necesito y tengo ganas de disfrutar y deleitarme de las pequeñeces que hacen de mi vida placentera.

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