Mientras enjabonaba mi cabello bajo la regadera, una frase popular me asaltó: “Un clavo saca otro clavo”. Y creo que la broma de una muy querida amiga, cuya vida está en proceso de reconstrucción, fue la inspiradora de esta reflexión.
Con mis muy rudimentarios conocimientos de carpintería traté de descifrar el mensaje del dicho y me encontré que, como muchos otros, no es del todo acertado.
Cuando un carpintero está trabajando sobre un mueble y, por error, el clavo queda chueco, se deforma o el agujero en la madera está fuera de lugar, el procedimiento es sacarlo con un el “saca-clavos” del martillo y las alternativas son varias: Si el clavo aún puede enderezarse, lo reutiliza clavándolo nuevamente sobre el agujero anterior. Pero, es importante, que no haya quedado demasiado grande en la manipulación para evitar que quede flojo.
Si el agujero ha quedado demasiado grande, entonces lo resana e inicia el procedimiento en otra área cercana de la madera. Así se asegura de que quedará firme y estéticamente aceptable.
Pero, ¿qué sucede si intenta sacar el clavo con otro? Seguramente el orificio será totalmente inútil, el nuevo clavo quedará suelto y todo el mueble puede quedar con defecto.
Aplicando todo eso a una relación: ¿Qué sucede si intentamos una nueva relación para “sacarnos” la previa del corazón? Es muy probable que la relación inicie con vicios y asuntos viejos estorbando, en fin, puede que el rastro del agujero del anterior estropeé la nueva porque nunca fue resanado.
Pero, como antes dije, toda mi reflexión fue, casi, por puro ocio. ¡Reflexiones de regadera!
A los cincuenta, también me gusta pensar en “cosas” por el simple deleite de pensar.
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