Haciendo malabares entre una mordida al taco y ver a mi nieto jugando en la resbaladilla en el jardín de la iglesia, la conversación con una recién llegada a la congregación jaló mi atención.
-¿Es tu nietecito?- preguntó. Con orgullo le contesté que era el mayorcito y que tenía una pequeñita de dos años. Y, acostumbrada al deleite del intercambio entre mujeres de nuestra edad, devolví la pregunta. ¡Su respuesta me dejó helada!
“No lo sé”, respondió y la explicación para tan extraña contestación me erizó lo cabellos. Después de su divorcio, doce años atrás, el padre de sus hijos se los había llevado y jamás los había vuelto a ver al recibir amenazas de muerte de intentarlo.
Justo ahora que estoy escribiendo, el tarareo de mi pequeño nieto que arma una pista en la habitación de la lado me acompaña y recuerdo la triste historia de aquella mujer que, a sus cincuenta y algo de años, lejos está de poder vivir una de las experiencias más maravillosas para una mujer: ¡ser abuela!
Sí, aunque parece que comienzo con el plato fuerte sobre los placeres de los cincuentas, era inevitable hablar de lo que en esta etapa ha traído tanta satisfacción, gozo y alegría a mi vida. Y, aprovechando que es día de la mujer:
¡FELICIDADES A LAS MUJERES Y ESPECIALMENTE A LAS ABUELAS!
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