Los bríos y la determinación de los años de juventud me engañaron haciéndome creer que mi sola voluntad lograría que mis proyectos y planes para el futuro se hicieran realidad. ¡Nada más lejos de la verdad!
Antes de que me diera cuenta y a pesar de mi empeño, mi vida fue tomando derroteros distintos y, algunos, totalmente inesperados. Así, al hacer el resumen de mis primeros cincuenta años, pude ver que casi nada había salido como yo lo había planeado.
Mi príncipe azul jamás llegó pero un hombre maravilloso, con algunos kilitos de más, sigue a mi lado; mis hijos han elegido cosas distintas a las que yo creía ideales pero están floreciendo como los seres únicos que son; el orden de llegada de mis nietos no fue conforme a mi programa pero puedo acunar en mis brazos a los dos niños más hermosos del mundo; no tengo “la casa de mis sueños” pero sí un hogar lleno de paz y bendición; tampoco llegué a desarrollar la carrera corporativa que por tanto tiempo anhele pero no termino de crecer en la carrera de mantener unida a mi familia y mi lista podría seguir y seguir, interminable.
Esa es la maravilla de los cincuenta que, a pesar de todas esas cosas que no programé como parte de mi destino, mi vida es, si no perfecta, lo más parecido a eso. Me siento en plenitud y satisfecha gracias a que, desde el fondo de mi corazón, agradezco a Dios por instalar en mi vida Su perfecto “Plan B”.
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