La jardinería no es mi especialidad, aunque a últimas fechas disfruto con los primeros ensayos de mis nietos que, con pequeñas regaderas, se hacen cargo de echar agua por todo el jardín. Y en mis intentos de convertirlo en un lugar hermoso para ellos, encargué el cuidado a un jardinero con más experiencia que yo.
Repasando por lo que ya está plantado en la propiedad, topé con un árbol con el tronco bifurcado y tronchado. Después de descubrir un limón, una higuera, un guayabo, algo de Romero y una mata de Ruda, aquel árbol mocho lucía muy poco atractivo. Sin una sola rama u hoja que me permitiera tratar de distinguir su especie, tomé la decisión de pedir que fuera reemplazado por alguno que para la primavera nos diera sombra y tal vez algo de fruto. Mi decisión cambió cuando el joven jardinero me anunció que se trataba de un chabacano, que siendo de la familia de los duraznos, no sólo daría una linda flor sino una de mis frutas favoritas. Con muchas dudas sobre ese par de palos semi-enroscados uno con el otro, le otorgué el privilegio de la duda al muchacho que me aseguraba que sí retoñaría.
A un día de iniciar la primavera, para mi sorpresa, en unas cuantas semanas le han nacido ramas y hojas con diminutos capullos al árbol que yo había destinado al destierro. El color verde vivo y tierno del follaje que corona los troncos enmarcado por el muro de adobe es, probablemente, uno de los adornos del rincón del jardín más hermosos. Al descubrirlo casi desfallezco ante la idea de mi, ahora reconozco, errónea decisión y he comenzado a pensar en cuántas veces, por las apariencias, por ignorancia o por falta de esperanza, he cortado de mi vida relaciones o proyectos al tomar decisiones precipitadas.
Y de mi repaso personal comencé a hacer un recuento de un sinfín de familias y matrimonios que por dificultades han visto sus ramas y hasta sus troncos cortar, terminando por arrancar la relación de cuajo al no saber esperar a que vuelva la primavera en sus vidas. La vida de sus hijos es desarraigada del tronco familiar que, sin más, se hace leña y se arroja al fuego del pasado. Mi corazón se llenó de tristeza ante la imagen de un bosque, nuestra sociedad, que va quedando devastado.
A los cincuenta, comienzo a pensar que, aunque con los troncos mutilados, muchas relaciones pueden aún dar un hermoso fruto si tan sólo esperamos un poquito más.
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