Ojalá hubiera una manera de re-dignificar el término “suegra” y que dejara de ser materia de bromas, burlas e incluso insultos. Y para dar el ejemplo, hoy quiero honrar a la que, en vida, fuera mi suegra y quien, incluso desde su ausencia, sigue enriqueciendo mi existencia con el ejemplo de que dejó tras de sí.
Esta noche, que no corresponde a su aniversario luctuoso ni a su cumpleaños (aunque está muy cerca la fecha), mi corazón ha vuelto a sentir la necesidad de hablar de ella y recordarla. Ojalá pudiera hacerlo más seguido con mis hijos y nietos para que atesoraran, al igual que yo, un testimonio de vida tan valioso.
No puedo decir, por desgracia, que aproveché todo el tiempo que tuvimos juntas y que nuestra relación puede ser usada como referencia a lo que debería ocurrir entre suegra y nuera. Pero Dios sí me permitió conocerla íntimamente y apreciarla durante los últimos meses de vida antes de dejarnos. Y en ese corto tiempo, gracias a su cercanía, surgieron en mí cualidades y partes buenas de mi personalidad que ni yo misma conocía. Ella tenía esa cualidad: hacer surgir en la gente lo mejor de sí. También, sin recurrir a la convocatoria, lograba que las personas tuvieran iniciativas de ayuda a los necesitados, algo que practicaba con discreción y constancia. ¿Quién fue su maestro o inspiración? Su propia pobreza, la orfandad temprana, la estrechez de opciones y el corazón noble que se forjó a través del esfuerzo.
Fuera de la costumbre de su época, se preparó como contador público y aunque no ejerció su profesión dentro de una empresa, puso sus conocimientos al servicio de su comunidad y se hizo amar por multitud de gente a la que sirvió con humildad. Pero, amalgamando todas esas cualidades, una me hizo aprender que, no importa cuanta adversidad exista en nuestro pasado, el presente puede ser aderezado con risas simples y optimismo. ¡Qué placer era escucharla reír! (incluso de sus propios chistes, cientos de veces contados). La razón o el motivo era lo de menos, lo importante era vivir la vida con alegría y a ella se le dio naturalmente pues estaba enamorada de vivir.
Han pasado varios lustros desde que ella se fue de este mundo y aún le extraño. Me gusta encontrar en mi esposo sus rasgos. Tengo un placer especial por recordarla y sigo, inútilmente, pensando en lo maravilloso que hubiera sido en la vida de mis hijos su presencia.
A mis cincuenta, aún me gusta repasar aquellas palabras que han sido el mayor halago que he recibido y que Licha, mi suegra, pronunció antes de morir: Tuve dos hijas pero, ahora, no tengo dos sino tres. Sí, yo fui su hija por elección.
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