-¿Por qué lloran?- preguntó nuestro pequeño amigo de 14 años al vernos, a mi querida amiga y a mí, derramando lágrimas mientras conversábamos sentadas en la banca del pueblito que visitábamos. Entre risitas y respuestas bromistas, me encontré pensando en cuán difícil era explicar a ese jovencito el maravilloso entendimiento y empatía que puedes tener en una plática con tu entrañable amiga, alguien que ha estado a tu lado por casi la mitad de tu vida.
Y es que, cuando después de cinco décadas has sido afortunada y suficientemente sabia para conservar a una “amiga especial” como la mía, sabes que no hay nada más simple que un encuentro de unos minutos para lograr con ella una conexión profunda. Los preámbulos con preguntas o frases tibias para llegar a lo importante dejan de ser parte del intercambio pues pronto se instala una plácida camaradería acompañada de complicidad.
En una amistad de tanto tiempo, lo mejor es esa entrada rápida donde ya se pueden obviar explicaciones o reseñas. Finalmente, mi gran amiga conoce a mi familia, mi esposo, mis hijos, su historia, sus tropiezos y nuestros dolores. A través de los años, ella ha estado presente, a veces como confidente, otras como apoyo, pero siempre ahí, a mi lado como amiga.
El tesoro de una amistad íntima y sincera es, probablemente, uno de los más valiosos regalos que los cincuenta pueden traernos, porque son, por mucho, ¡una maravillosa bendición!
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