Las anécdotas e intercambios de información que ocurren cuando conversamos con los taxistas, frecuentemente, tienen un toque distinto. Es como si su itinerante existencia le diera una vigencia dinámica a los sucesos. Incluso comentar el clima tiene una connotación de actualidad pues, ¿acaso no ocurre que ellos han pasado, con gran rapidez, de una nube a un espacio soleado convirtiendo su reporte en uno más fresco que las noticias de la radio?
Pero, no fue la plática del taxista la que conmovió mi corazón sino descubrir que un joven, nacido en una época en la que el “yo” va por delante y donde la prisa por vivir es la que marca el ritmo de los contactos personales, pudiera mostrar que aún existe humanidad en la juventud. . . aunque se haya escaseado tanto.
Tras horas interminables de esperas frente al mostrador de la línea aérea y con un cambio de planes en su viaje por la cancelación de su vuelo, el muchacho abordó el taxi pagado por la empresa para volver a casa un mes antes de lo previsto. Pero, ni el cansancio ni sus sentimientos personales le impidieron compartir sus experiencias de las últimas horas con el hombre mayor que conducía el vehículo. El taxista, atento al relato, no perdía detalle ni oportunidad para mostrar su compasión hacia el joven tripulante. . . tanta atención, de hecho, que en tres ocasiones pasó de largo la salida que conducía al destino de su cliente trayendo más desviaciones y consumo de tiempo en los planes del muchacho.
A pesar de que ya pasaba la media noche y del peso de los apuros del largo día, los errores del casi anciano conductor no lograron sacar impaciencia del corazón de aquel joven. Por el contrario, un sentimiento de ternura le hizo repetir en silencio: “¡Ay, pobrecito señor!”.
Por su mente pasó la reflexión del trabajo que debía ejercer en soledad, aquel hombrecito atento, a pesar de sus años y de la cortesía que, de cualquier forma, mostraba a su pasajero.
A mis cincuenta y uno, alabo los gestos de amor al prójimo que descubro entre la gente pero, más es mí alegría, cuando me topo con algún corazón capaz de bajar el ritmo de su juventud para mostrar consideración y compasión hacia un alma vieja.
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