¡Detesto los días de 48 horas! Porque, ese es el efecto que la espera tiene sobre el tiempo. Lo vuelve lento al extremo de la frustración. Después de larguísimos días, mi marido volvió de Europa y, desobedeciendo la instrucción del médico, 16 días después de la inseminación, me levanté para hacer la prueba casera de embarazo.
-¡No se ve bien!- dijo mi esposo, buscando un mejor ángulo para iluminar con la lámpara de mano el pequeño depósito con la prueba.
Escurriéndome entre su costado y el muro, yo atisbaba tan cerca como la cubierta de mármol del baño me lo permitía. ¡Sólo a mí se me ocurre poner el dispositivo en la esquina más alejada!, me reprochaba, una y otra vez.
-¡Ahí está, Gordo!- grité, -¡ahí está el anillo! ¡Míralo, si se ve un anillo tenue en el fondo!
Desconfiado natural, mi marido salió del baño para buscar el instructivo y releerlo por enésima vez.
-Entonces. . . el anillo quiere decir que la prueba es positiva. . .o sea, ¿qué sí hay embarazo o que no? ¿Da lo mismo si es intenso o pálido?- preguntó, más para sí.
-¡Estamos embarazados!- respondí y nos abrazamos entre lágrimas.
Por primera vez, en años, nuestro abrazo íntimo tuvo otra razón que no era el buscar la concepción. Era la celebración por el nuevo miembro de nuestra familia en camino, por nuestro segundo hijo y el hermanito de nuestra hija.
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