¡Levanto mi bandera blanca! ¡Tregua! ¡No más!
Esto es más de lo que mi diseño original resiste. ¿Cuánto más puede mi vida tolerar el pisoteo?
Pido que mi agenda no se altere por cada mensaje, correo o chat que aparece en mi pantalla. Y, necesito que el celular deje de cortar las conversaciones con la gente que está frente a mí. ¿Es mucho pedir el rescatar esos espacios de conducir por la carretera y disfrutar del verde mojado de los campos?
No quiero más imágenes saturando mis ojos al paso de las calles. ¿Acaso mi cerebro no merece un poco de reposo? Y, ¿qué tal ampliar un poco, aunque sea tantito, mi espacio vital? Los pasillos del almacén, los pasos de peatones y mi lugar en el ascensor, todos son suficientemente amplios para que nos regalemos un brazo de distancia. Ya no quiero saltar fuera de las líneas amarillas para evitar ser atropellada.
Cuanto deseo lograr escuchar a esas voces que, convencidas de prudencia, callan para ceder el paso a las que no saben esperar y que no quieren escuchar.
Suena mucho y aun así, no es tanto. Sólo pido un poco de silencio, un espacio sin presión de serme arrebatado, una plática que no sea interrumpida, una vista sin bombardeos visuales, un tiempo que, hasta donde recuerdo, era mío.
Mi denuncia es contra la impaciencia, los celulares, la tecnología invasiva, los conductores agresivos, las voces que interrumpen, la saturación visual de los anuncios, el ruido de los televisores eternamente encendidos. ¡Demasiada modernidad para mí limitada humanidad!
A mis cincuenta y uno, quiero parar el atropello y recomenzar una vida de silencio para pensar, calma para escuchar, respeto para ser escuchado, tiempo para disfrutar y libertad en el espacio vital que, antes del celular, la internet, la publicidad y la TV, fue mío.
Bueno. . . si no es mucho pedir.
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