Supongo que a mi edad, uno de los temas de conversación más frecuentes entre mis coterráneos es “El nido vacío”. Si no de manera permanente, todos estamos viviendo la experiencia de una casa donde hasta se escucha el eco y una mesa con tan sólo dos cubiertos que, como ombligos, se quedan plantados tras la decisión de mejor salir a comer a un restaurante.
Los hijos, como tantas veces escuchamos, son prestados. Tarde o temprano y por las razones más diversas, se van para andar sus aventuras. Los padres, medianamente sabios en su relación, retoman viejas rutinas de compañía y actividades postergadas durante el tiempo de la crianza. Si algo no sale bien, corren a la librería por material de orientación, ayuda y sugerencias. Y si acaso esto no es suficiente, las terapias existen como otro recurso disponible. ¡No estamos solos!
Pero, que distinto es el proceso cuando un amigo se va. Por más que busco, no encuentro literatura que me ayude a superarlo. Mi única herramienta, hasta ahora, es la resignación y una actitud positiva (y forzada, debo confesar) pensando que la distancia entre nuestros amigos y yo tiene el gran fin de traerles un mejor futuro. ¡Porque todo será para bien y por su bien!, me repito entre dientes.
Aunque, si he de ser sincera, al final, la respuesta no me trae un verdadero alivio porque sé que es sólo el principio de las pequeñas dosis de tristeza que están por venir. Porque llegará el día de la siguiente celebración familiar y no escucharé las risas de mi amiga, siempre con ocurrencias y bromas hasta de los temas más serios. Tampoco veré la sonrisa afable que mi amigo que con generosidad nos regalaba al escuchar de nuestras peripecias y problemas. Nadie usará el catálogo para elegir la película de la noche en la sala de TV pues tampoco habrán ido sus dos encantadores hijos.
A partir de hoy, las celebraciones íntimas, los cumpleaños, los aniversarios, los principios de año y las vísperas de Navidad estarán incompletas, y tan incómodas como la vista de un rompecabezas con fichas faltando en el centro de la imagen.
Nuestros amigos se van. Con la misma razón que los hijos, buscando una vida mejor y jugando a la aventura. Estoy triste, muy triste y, aunque no ceso en mi búsqueda, aún no encuentro el libro, “Cuando los amigos se van”, que me traiga la receta para acallar mi tristeza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario