Cuando envejecemos, uno de los fenómenos más evidentes es la pérdida de agua. Nuestra piel, el cabello y hasta nuestra mirada va tornándose reseca, marchita. Tal como las flores, nuestro exterior se va empequeñeciendo porque ya no retenemos el elemento que es nuestra principal fuente de vida: el agua.
Pero, cuando miro de cerca la vida de una persona mayor, me encuentro que ocurre lo mismo con su vida sentimental y emocional. Su diario vivir, por efecto de la merma de energía, va tornándose lento y el mundo los va dejando atrás. Sus relaciones, sus eventos, sus contactos van siendo cada vez más escasas. Su corazón también comienza a resecarse pues, poco o nada, recibe de cariño refrescante que humedezca su existencia.
Así que continúan su vida con una nueva fórmula: “Exprimen”. Sí, es la expresión que mi hijo usó para señalarme el fenómeno. La gente mayor exprime cada contacto y le saca, a fuerza de repasarlo, el mayor jugo posible. E igualmente hacen con sus memorias. Vuelven a ellas, una y otra vez, para hundir sus mentes en ellas hasta saturarla de recuerdos para luego sacarlas, exprimirlas y dar un poco de agua a su vivir evitando resecarse hasta morir de soledad.
Escucho tanto que vivimos ya en un mundo sobrepoblado y, sin embargo, cada vez más personas viven deprimidas por el aislamiento y el abandono, especialmente los adultos mayores. Es casi tan paradójico como el vivir en un planeta donde el 75% de su superficie es agua y sufrir ya por su escasez.
A los cincuenta y uno, comienzo a preguntarme si he guardado suficientes reservas de recuerdos para el invierno y si habré de vivir exprimiéndolos, uno a uno, para sobrevivirlo. Y, más me cuestiono, si estoy contribuyendo generosamente con un poco de amor vital con los ancianos que son parte de mi vida.
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