Las circunstancias y el amor a los míos, poco a poco, han ido despojándome del tiempo y los proyectos por tanto tiempo atesorados, perdiéndose en el rincón donde va a dar el polvo de los imposibles.
Abriendo las manos, sin resistir, los he ido entregando y, aunque un suspiro por el “hubiera” a veces se escapa de mi alma, al final, el corazón se alegra por el privilegio de dar. Eso ocurrió, ocurre y ocurrirá sin revoluciones ni revueltas a menos que, en un intento de robo, me quieran arrebatar mi tesoro escondido bajo la almohada.
Pocos saben con cuanto celo lo guardo y, casi nadie me ve cuando lo mimo, lo acaricio y me entrego en el más pleno desenfreno para gozarlo. A veces, de tan grande, no cabe bajo la almohada y entonces lo meto bajo el colchón. Y, como aquel guisante de la princesa perturbada, me roba el sueño y reclama mi atención.
Cuando es pequeño, sólo basta un cariño, tan casual como alborotar el mechón de cabellos en la frente de un niño y, ¡se conforma con tan poco para seguir vibrando!
Así que, a quien quiera atentar y robarme mi tesoro, antes, entiendan, todo lo entrego, lo juro, pero si me arrebatan mis letras, mis ideas, entonces. . . ¡muero!
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