domingo, 25 de diciembre de 2011

"Migajas y papel"

Librado el estrés de una nueva receta para el pavo, las compras de último momento y las misiones encubiertas para los regalos de los niños, la velada navideña dejó el mantel salpicado de migajas y el piso tapizado de papeles rojos, verdes y azules, rasgados por la emoción de ver su contenido.
Entre música que cantaba del nacimiento del Salvador y las risas de los pequeños jugando, las conversaciones se mezclaron de opiniones, historias y oraciones de acción de gracias. ¡Qué bonita es la celebración de Navidad en familia!
Pero, a pesar del deleite de la compañía de nuestros seres amados, este año, la fecha se colmó del más noble sentimiento haciéndola inolvidable: la compasión. Mis nietos, por primera vez en su corta vida, cruzaron el portal que los resguarda de una realidad que, muchos, se empeñan en ignorar y hasta negar.
Con el corazón vibrando, vi las primeras lágrimas en los ojos de mi nieto de cinco años, gotitas de compasión que lo conectaron con los que menos tienen. Y, para mi sorpresa, en vez de huir, esa personita buscó cada oportunidad para estrechar las manos encallecidas y pasar sus bracitos sobre los hombros encorvados de quienes tienen que luchar, muchas veces, contra la enfermedad y el hambre juntas.
En cada entrega, sacando todas sus fuerzas, el pequeñito cargó los bultos con alimentos que, una noche antes, preparamos en familia, aceptando la ayuda de su tío, mi hijo, sólo para sacarlos del auto. El equipo formado por estos dos jóvenes varones recorrió el humilde poblado entregando, no sólo alimentos, sino sonrisas, abrazos y cariño.
“Noche de paz, noche de amor”, sonó la canción ayer por la noche en muchos lugares del mundo pero, en nuestra experiencia familiar, sin duda, fue el legado que la Nochebuena dejó en los corazones de los míos.
Señor Dios, ¡misión cumplida!

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