Cuando empiezo mi recuento de fin de año, me voy dando cuenta de que, no me di cuenta que he sido feliz, incluso. . . sin darme cuenta. Y, para colmo, mi hallazgo se extiende a muchos, muchos años.
Al escarbar en el arcón, me topé con varios recuerdos navideños. El más fresco, la visita en Andorra donde, además de disfrutar de la nieve, vimos florecer la amistad con la familia que, seguramente, perdurará por el resto de nuestra vida. Y, no mucho tiempo atrás, vivimos la Navidad en Livingston arropados con la pareja que contamos como parte de nuestro grupo selecto de amigos.
Y, ¡la Navidad en Montreal! El recuerdo de mi hermano y su familia leyendo el pasaje del nacimiento de Jesús, después de un agitado día de esquí, es simplemente inolvidable.
Como en un álbum fotográfico, mi memoria repasó, uno a uno, los momentos especiales y muchos de ellos, con sedes espectaculares y exóticas, hicieron erizar mi piel. Pero, una imagen, pareció repetirse varias veces y, sin embargo, no perdió su efecto emocionante: mis Años Nuevos en familia.
El rostro sonriente de mi esposo, la felicidad desbordante de mis padres al verse rodeados de sus hijos, el placer de mis hijos al reunirse con sus primos y, en los últimos años, el alegre corretear de mis nietos con sus tías más jóvenes, aparecen entre mis memorias como los más deliciosos tiempos de felicidad y, curiosamente, inmersos en el entorno más cotidiano. . . el hogar.
Con muchos años más, añadidos a mis ojos, puedo comprender lo que convirtió a todas esas celebraciones en el mejor de los tiempos. El ingrediente es uno y es simple: vida. Sí, todos mis seres queridos siguen conmigo. Nuestra familia, que jamás ha descontado presencias, sigue sumando miembros y creciendo en amor. Extraño. . . ¿Cómo es que nunca lo noté?
Afortunadamente, aunque he perdido el tiempo para paladear plenamente la felicidad de todos esos momentos, hoy puedo hacerlo en la conciencia de que, todos, aún están aquí y, no sólo eso, muy pronto, a la familia se añadirá un miembro más, un ser humano excepcional y, ¡Justo a tiempo, me doy cuenta, de que soy muy feliz!
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