Uno de los deseos, más frecuentemente escuchados en esta temporada, habla de paz. Igual se escucha en las canciones, que en las declaraciones de celebridades que abogan por ese estado que, parece, es inalcanzable para la humanidad.
Fotos de soldados, de bandos distintos, abrazándose en la Nochebuena, conmueven porque representan el anhelo de casi cualquier humano. Altos mandatarios y líderes de organizaciones mundiales se reúnen, vez tras vez, buscando acuerdos que restablezcan la armonía entre naciones enteras y, la Navidad, se convierte en un espacio de tiempo que propicia el rencuentro y reconciliación entre la gente con relaciones rotas.
Al final, la tan perseguida paz, se ha convertido en una meta, que el mundo, casi con empecinamiento, trata de atesorar. Y eso es algo que, yo personalmente, alabo.
Pero, desde mi experiencia y perspectiva, la paz más difícil de alcanzar es la que llevamos o perdemos dentro, en el espíritu y el corazón.
Miro gente que, a pesar de vivir con una circunstancia de privilegio, sobrevive sus días en un estado permanente de guerra interna. A veces, la conciencia la atormenta cuando le señala que sus pasos van en el camino errado. Otras, un sentimiento de odio o de venganza contra otros lo encarcela bajo la esclavitud obsesiva del cáncer del resentimiento. El reclamo, también, con su idea de que la vida nos debe algo y que no nos entrega lo que creemos merecer o anhelamos, puede ser el ladrón de la tan buscada tranquilidad. Y, quién no ha vivido la zozobra de la incertidumbre.
La impaciencia por lo que aún no llega, la codicia por lo que no se tiene, la envidia, el rencor y falta de perdón, la rebeldía, la obstinación en el error, la mentira guardada y las expectativas frustradas, son tan sólo algunos de los detonadores de la guerra personal que aniquila el estado pleno que, sólo la paz, puede traer.
Así que, en esta Navidad, más que esperar una paz fantasiosa y etérea, ¿Qué tal una revisión de nuestra lista personal de enemigos para resolver la guerra? Creo que, sólo entonces, la paz será con nosotros, adentro y seremos capaces prodigarla a los otros. . . los de afuera.
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