jueves, 26 de mayo de 2011

"Superficie"

Sentadas en un café, mi hija y yo observábamos a Lorenzo a través de la ventana quien, por reglas de restaurante, no podía acompañarnos adentro. Mientras el enorme “güero” miraba, sentado, a la gente pasar, nosotras conversábamos y tomábamos el desayuno.
Por un momento, la cercanía de un grupo de personas llamó nuestra atención y nos dimos cuenta de que una mujer mayor acompañada de la que parecía su hija, se había quedado frente a Lorenzo para hablarle y acariciarlo. La mujer, con cabello completamente blanco, pasó su mano sobre la enorme cabeza mientras él entrecerraba los ojos, complacido. “¡Pero mira que ojos tan azules tienes, precioso!”, le dijo. La voz dulce y sincera me llenó de ternura. Lorenzo no hizo el menor intento por ponerse en pie deleitándose con los cariños de aquella desconocida y mi hija, a su solicitud, le entregó una tarjeta informándole que habría camadas de Lorenzo para el fin de año. Al escuchar el anuncio, la señora sonrió y guardó la tarjeta con la información en su bolso.
Hoy, dos días después, fue mi turno de hacer la caminata de rehabilitación con Lorenzo. A casi 40 días de la cirugía, ya logra caminar 30 minutos de corrido a  pesar de que sus patas traseras aún están en proceso para recuperar la masa muscular perdida y la habilidad para coordinarlas normalmente. Por su enorme tamaño y sus ojos azules, poca gente puede resistir la tentación de mirarlo. Sólo que, a diferencia de la mujer que lo acarició días atrás, lo ven andar con un garbo extraño y no se acercan con la misma actitud abierta que aquella desconocida. Siendo el mismísimo perro, la gente ve la impronta, sólo la superficie y de ahí juzga que decide no acercarse. Confieso que me genera un poco de tristeza. Y me hace pensar en que, muchas veces, la gente hace lo mismo con aquellas personas que, por un incidente o de nacimiento, son distintas. ¿Acaso no las marginamos y hasta evitamos la mirada en nuestro afán de querer ignorar su existencia? ¿No es injusto que las clasifiquemos o descartemos sin muchos remordimientos?
A mis cincuenta y uno, sigo encontrando en Lorenzo al maestro que me recuerda: “Mira con los ojos del corazón y ¡busca en la gente más allá de la superficie para encontrar su verdadero valor! y, si te es posible, prodígales una caricia que les recuerde que, su valía, no está en la superficie”.

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