Siempre he tenido la teoría de que los cajones y los clósets revelan mucho de nosotros. Por ejemplo, el buen anfitrión hará espacio en algunos gabinetes para que el invitado pueda acomodar su ropa y accesorios personales. Y, el ama de casa ordenada, habrá clasificado los objetos en la cocina de manera que cualquiera pueda encontrarlos sin problema.
A fin de cuentas, además de nuestra persona, nuestros espacios se convierten en una extensión de nosotros y el uso que le damos es nuestro reflejo fiel. Al menos, hasta ahora, es lo que yo he observado.
Pero también me he encontrado que nuestro espacio también incluye otras dimensiones y también delatan mucho de nuestra forma de vivir.
A mi alrededor, observo que la gente se está quedando sin lugar en el cajón del tiempo. Poco a poco han ido acumulando tantas actividades y pendientes ahí dentro que las relaciones interpersonales van quedando fuera. . . ¡Ya no caben!
Pero, también he descubierto que muchos hombres y mujeres de buena voluntad meten la relación matrimonial sin antes escombrar el cajón que, irremediablemente, termina retacado y asfixiando su contenido. . . incluyendo el matrimonio.
¿Por qué un soltero se empeña en refundir una relación tan importante si no está dispuesto a sacar al golf, el dominó, el internet o las parrandas con amigos? ¿Acaso es la inercia de querer “tener lo mismo que los demás” lo que los lleva a tan ilógica decisión? O, ¿qué sentido tiene que una mujer agregue un hijo a la gaveta si, su único pensamiento cuando éste entra al cajón es, querer que el tiempo en donde le requiere mucha atención pase lo más rápidamente posible para volver a sacarlo?
Creo que la lógica tradicional o el sentido común no me ayudan mucho para responder a mis preguntas. ¿Será que la vida de nuestra época no encuentra tampoco un lugar, ni para la lógica ni para el sentido común?
A mis cincuenta y uno, aunque me empeño en comprender no entiendo, así que. . . mejor dedico mi tiempo ¡a revisar mis propios cajones!
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