
Ella se alegra de haber dejado la oficina. Los pies le duelen y el vientre parece haber crecido en las últimas horas. Si su bebé está lista para nacer, ella también lo está para tenerla en sus brazos y no cargándola con la cintura que ya la está matando. ¡Qué bueno que aún es joven y fuerte para poder trabajar hasta tan avanzado el embarazo!
Una llamada bastó para desarticular su mundo. Se esforzaba por creer el anuncio: su esposo y los tripulantes del taxi contra el que se había estrellado en el último tramo de carretera para entrar a la ciudad, habían fallecido instantáneamente.
“Instantáneamente”. . . ¿Era con un instante inesperado que la vida de su hijita y la bebé por nacer tenían que cambiar? ¿Por error, ese instante, había alcanzado a su esposo para poner fin a su vida? ¿Quién le podía explicar por qué ese “instante” le había tocado a ella?

El repentino giro la ha dejado desorientada, perdida, con una hija en una mano y otra en el vientre a punto de nacer. . .a sus 28 años.
¿Qué será de la joven viuda y madre, Margarita?
A los cincuenta y un años, lloro por Margarita y por sus nenas, lloro por la gente que, teniendo vida, no la atesora y lloro porque a veces, por una razón que no sé explicar y por creer la gran mentira de “tener la vida segura” la dilapido absurdamente y olvido que, cada segundo, es un tesoro. ¡Gracias Señor porque, yo y los míos, estamos vivos!
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