martes, 24 de mayo de 2011

"Economía"

El amanecer de hoy se ha empatado con los sentimientos de mi corazón. Una brisa fría y nubes que impiden que el sol vista el ambiente de claro son el reflejo exacto de mi ánimo: gris. Entre sorbo y sorbo de café, trato de entender mi desazón y encuentro que la escasez tiene que ver con ella.
Es curioso cómo, al estar en un extremo u otro del péndulo de la economía, reaccionamos de forma tan distinta. Por un lado tenemos la abundancia y en su opuesto la escasez. Raro, ¡la abundancia encierra una ironía! En lugar de potencializar nuestra capacidad de apreciar el recurso, pronto llega la costumbre y caemos en el letargo de la indiferencia. Mientras que, en la escasez, a medida que se agudiza, nos tornamos receptivos y atesoramos aún más lo poco del recurso que nos queda.
He visto el efecto muchas veces y con todo tipo de recursos: materiales, humanos y emocionales.
Recuerdo mujeres jóvenes que, tras años de espera, van anhelando más y más encontrar al compañero. Cuando lo encuentran, su compañía es apreciada en cada instante. Pero, cuando esa compañía es abundante ya en el matrimonio, olvidan su valía y un dejo de indiferencia comienza a desdeñarla.
Otro ejemplo: El estudiante sin recursos que, tras mucho esfuerzo, logra su primer auto y al pasar el tiempo escalando hasta una economía más holgada, termina por dejar de disfrutar sus lujosas pertenencias y sus logros.
Pero, tal vez, mis memorias más tristes son haber vivido junto a mis seres queridos en tiempos de escasez de alegría y ausencia de sonrisas. Atrapados por la depresión y perdida la capacidad de disfrutar, sus ojos y sus rostros se convirtieron en lápidas frías. ¡Qué dolor más grande y que impotencia el no poder transformar sus lágrimas en sonrisas!
Recordando esos tiempos, descubro por qué se ha nublado mi corazón. Es tiempo de escasez de sonrisas en la vida de mi madre y veo que, por torpeza, no he disfrutado de sus tiempos de abundancia y carcajadas.
Ayer, antes de despedirnos, un par de risas reaparecieron cuando festejó una broma. ¡Qué hermoso es su rostro cuando ríe!
A los cincuenta y uno, quisiera tener la sabiduría fresca para valorar cada momento de alegría en los tiempos en que abundan para que, en la escasez, su recuerdo me llene de esperanza.

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