domingo, 22 de mayo de 2011

"Migajas"

Un vistazo por la casa y me recuerda la película “Tornado”. No hay almohada que corresponda a la habitación en que se encuentra ni recámara que mantenga su decoración original. El desfile de toallas de todos los colores parece pasarela y los juguetes parecen multiplicarse por todos lados.
Éste, por más increíble que parezca, es el saldo de tan sólo un fin de semana en familia. Marido, hijos, nietos y una joven amiga visitante convirtieron al nido en un agitado ir y venir de objetos, gustos, necesidades y conversaciones. Las situaciones más cómicas ocurren cuando nuestros caracteres y vidas se encuentran. E igualmente, por qué no decirlo, es también cuando tenemos oportunidad de ensayar la tolerancia, la gracia y la consideración por los otros.
Después de dos días, sólo bastan cinco minutos para que los sonidos que rebotan de los muros se conviertan en murmullos. Despedidas, salir de maletas y bendiciones dan final a nuestro tiempo, juntos. El silencio comienza a apropiarse del hogar y el palpitar de la rutina se torna nuevamente lento.
Minutos después de terminar mi recorrido por cada espacio, me tumbo en el sillón y siento el peso de la ausencia de los míos a la mitad del pecho. Para concluir la restauración del orden, paso la mano sobre la piel del sillón para acomodar el cojín y. . . ¿Qué es esto? Topo con pequeños objetos que cosquillean mis dedos: ¡Migajas!
Mis labios se convierten en sonrisa mientras sostengo los residuos que, como mágicos recordatorios, me hablan de las últimas horas de mi vida. Camino hacia la cocina y disfruto el tacto con las moronas que, dentro de mi puño, se convierten en semillas de ilusión por el próximo encuentro.
A los cincuenta y uno, encuentro que, lo que antes era reguero y motivo de queja, hoy se ha convertido en la belleza de mi hogar y razón de mis anhelos.

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