Cuando miro las lágrimas de la gente que ha perdido algo, un cuento que
alguna vez escuché viene a mi memoria.
“Érase una familia muy pobre que vivía del producto de su única posesión:
una vaca.
De la leche que sobraba hacían algunos quesos y los vendían para
comprar lo indispensable para vivir.
Una noche, tocaron a su puerta dos ángeles disfrazados de viajeros, pidiendo posada. A pesar de la pobreza, la familia conservaba un corazón
generoso y ofrecieron el humilde lugar que tenían por casa y compartieron los
escasos alimentos.
-Esta gente es buena, incluso en la necesidad –dijo uno de ellos– antes
de irnos, debemos bendecirlos.
El otro ángel asintió con la cabeza.
A la mañana siguiente, los ángeles despertaron al escuchar el llanto de
la esposa y los niños. La vaca, su única esperanza de sustento, había muerto
durante la noche.
Tras despedirse, uno de los ángeles, sorprendido, dijo a su colega.
-¿Pero no estuviste de debíamos de bendecirlos? ¡Su vaca ha muerto! ¿Qué
pasó con la bendición? –reclamó.
El otro ángel, en silencio, continuó caminando e ignoró la queja.
Semanas después, de vuelta de su misión, los mismos ángeles pasaron por el camino donde la
casa de aquella familia había estado y que ahora lucía abandonada.
-Seguro han tenido que irse –dijo el ángel, sintiendo nuevamente el
disgusto por aquel despertar con la vaca muerta.
Fue entonces que escucharon voces que, al otro lado del camino, gritaban
para llamar su atención. Los ángeles se detuvieron y vieron con asombro que la
familia de la vaca muerta corría hacia ellos. ¡Se veían tan distintos con ropas
nuevas y los niños sanos como manzanas frescas!
-¡Amigos! ¡Esperen a saber las buenas nuevas! –dijo la esposa, entre
sonrisas. –La noche que murió la vaca, esa cuando ustedes fueron nuestros
huéspedes, ha sido el mejor día de nuestras vidas.
-Después de que se fueron, ya sin la vaca, tuve que salir a trabajar para
mantener a mi familia. No iba a permitir que murieran de hambre –agregó el
esposo– así que busqué algo que hacer. Entonces alguien me rentó una parcela y
me dio crédito para comprar semilla. Inicié la siembra y vendí la cosecha. Fue
tan abundante, que pagué y renté más tierra para sembrar el doble. Eso fue hace
un año y, hoy, somos dueños de nuestra tierra, compramos unas vaquitas y
tenemos mucho más de lo que jamás soñamos tener. . . al menos no con nuestra
única vaca”.
Ojalá pudiera recordar al autor del cuento y dar todo el crédito a su autoria. Pero
hoy, por alguna razón, lo recordé y tengo la certeza que será un motivo de
esperanza para alguien. . . al otro lado de la pantalla.
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