Aunque no es enero, continúo con la propuesta de buscar todas las
opciones de prevención para conservar mi cuerpo en el mejor estado de salud. Y
sin muchas expectativas, descargué una aplicación que, considerando mi edad,
peso y estatura, calculó la cantidad de agua que debo ingerir a lo largo del
día.
Para mi sorpresa, descubrí que con mucha frecuencia no alcanzo el 100%
del consumo recomendado –a pesar de que tenía la impresión que sí lo hacía.
Incluso con esa alarma que discretamente me anuncia que es momento de volver a
tomar agua, una llamada, la mitad de un escrito o cualquier otro distractor,
terminan por desviar mi atención y olvido seguir la instrucción de la pantalla “Es momento de tomar más agua”.
Al darme cuenta de que es una de las razones por las que no llego al
objetivo, me esfuerzo por concentrarme y, al momento de que suena la alarma,
¡voy y tomo agua! ¡Nada de postergar!
Lo más extraño de todo es pensar que, sin saber ni como, he aprendido a
ignorar las alarmas naturales de mi propio cuerpo. ¿Acaso no es la sed una de
las sensaciones que primero sentimos? ¿O el cansancio o el dolor de cabeza –por
no tener suficiente líquido circulando en nuestro cuerpo –, o la sensación de
resequedad en la piel?
Es innegable. Me he ido desconectando de mis impulsos y señales vitales.
Ignoro el hambre, el cansancio en la espalda o la falta de sueño. Desarrollé la
insana capacidad de sobrevivir a esos síntomas que quieren prevenirme de desgastar
mi cuerpo o maltratarlo.
Entonces pienso en otras tantas cosas que no funcionan como quisiera, a
mí alrededor. Algunas relaciones que se han ido apagando con el tiempo, proyectos
inconclusos, lugares a los que prometí volver y que se quedaron como anhelos.
Tantas cosas que, por distracción o falta de un recordatorio, me alargan la
lista del “Y si hubiera o algún día”.
¿Y qué de las relaciones? Nos acostumbramos a ser ignorados, a esos
enfados sin aparente trascendencia, a olvidarnos de un detalle o una llamada
para recordarle a nuestro amado lo importante que es para nosotros. ¿Por qué
entonces viene el asombro cuando nos encontramos que la relación desfallece y
se seca? La aridez, por la falta de riego y atención, es tan natural como la
piel marchita, los dolores de cabeza y los problemas de sueño por la
deshidratación del cuerpo.
En esta era que nos inunda de tecnología, que útiles nos serían algunas Apps que nos mostraran las deficiencias
en nuestras áreas relacionales y afectivas. Tal vez, entonces, seríamos más “Applicados”.
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