Tachando el día de hoy en el calendario, me emociono al pensar que
mañana será 14 de febrero (e inicio mi reflexión, lista para recibir los
manzanazos de aquellos que tiene la fecha como un “cliché comercial”). Pero es
inevitable para mí, pensar en todos los motivos que tengo para celebrar. ¡Tanto
amor a mí alrededor, con cuantos rostros e inesperadas expresiones!
Sin la intención de hacer rabiar a nadie, confieso que me deleito en los
detalles románticos y, sí, hasta los cursis pueden hacerme brincar de contento.
En mi poca originalidad, los chocolates encabezan la lista y las flores
son casi una fórmula indispensable para halagarme. Pero, esta vez, dejaré a un lado las
velas, el vino y las palabras susurradas al oído en un baile a puerta cerrada,
y rendiré honor a uno que lleva toda una vida. Quiero hablar de uno, muy raro
por cierto, que está listo para soltar el torrente de caricias y cuidados sin
haber siquiera conocido al beneficiario.
Ella es pelirroja y sus ojos verdes revelan los matices de su
personalidad. Por un lado, ruidosa y alegre como su chispeante mirada, y por el
otro, cabellos lacios que hacen alarde de la pasión por servir al prójimo, que
esconde en el corazón, pero que la delata en el rojo encendido de su melena.
Su forma de amar, tan poco ortodoxa, tiene como fin salvar a aquellos
pequeños seres cuyos ojos aún no han visto la luz del sol. Bebés cuya vida
pende de la decisión de su madre de ser desechados o regalarles una oportunidad
de vivir.
Si en el corazón de quienes los han engendrado el amor no enciende, ella
se levanta para cuidar a la madre hasta que nace su hijo, y después se esmera
en convertirse en una madre sustituta hasta el momento en que encuentra a los
padres definitivos que acogerán al pequeño.
Ese amor tiene que buscar recursos para pagar los gastos, hacer trámites
con los abogados y, como toda madre tras parir, desvelarse y renunciar a la
vida cotidiana cómoda en aras de arropar al recién nacido con los cuidados más
tiernos.
Cuando el momento llega, puedo asegurar, su corazón y sus brazos sienten
el vacío por la ausencia hijo adoptivo. Desde que inicia su labor, esta madre temporal sabe que el regalo durará tan sólo unos meses y que, después, también como un
acto de amor, tendrá que abrir sus manos y entregar al crío a su destino.
Esos amores, son en mi lista, dignos de alabar y aplaudir. Y mañana, en
el Día del Amor, merecen un lugar de honor.
¡Feliz día del amor, Maureen!
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