Su nombre era Salvador. Aparentemente serio pero risueño al estar
entre amigos. Fue muy buen padre y un esposo cooperativo y servicial. Me
gustaba observar cómo se transformaba en un joven relajiento cuando bailaba “Sergio
el bailador”, pero más me gustaba cuando hablaba de él.
Sus ojos se rasgaban y el corazón irradiaba un orgullo que le hacía
brillar los ojos cuando, a la memoria, venían recuerdos de la infancia su hijo
y, con una sonrisa agregaba: ¡Ese Chavas, siempre ha sido un tragón!
Entonces las anécdotas comenzaban a ventilarse. Fue así que me enteré
de que, como premio por el primer lugar en la escuela, siendo aún un niño
pequeño, su Chava había pedido un pollo rostizado ¡para él solito! Y se añadía
el comentario sobre el libro de Macario, el primero que su hijo había leído por
recomendación suya.
También supe de la rutina entre padre e hijo donde, acompañado de una
pandilla de amigos, lo llevaba a las desiertas calles de Vista Hermosa para que
los chicos se deslizaran en patineta y avalancha. Ahí entraba el hijo a
completar la historia, recordando cómo sus amigos les preguntaban si su papá
también podía ser su papá. El recuerdo le hacía surgir una satisfacción que lo
hacía sonreír.
El tiempo de su cambio a Puebla, donde padre e hijo vivieron solos en
la nueva ciudad, parecía ser su mayor tesoro. El hijo aún sentía gratitud por
la generosidad de su padre quien, teniendo sólo un auto disponible, se lo
dejaba para que fuera a la universidad mientras su padre se iba a pie. Como
descubrieron el mejor lugar para comer “guajolotas” y otras delicias poblanas,
redondeaban la historia.
Fue con esas anécdotas que comprendí el origen de las mejores
cualidades de Chava, a quien yo llamo Gordito y que ha sido mi compañero y
esposo por casi treinta años.
Hoy, es un hombre adulto. Esposo, padre de dos hijos y abuelo de tres
hermosos nietos y, al igual que Salvador, su padre, yo me deleito en hablar del
hombre excepcional en que se ha
convertido.
Un día, cuando nuestros nietos crezcan, escucharán las historias de su
abuelo, un hombre ejemplar, de mi propia voz. Sabrán de su entrega a la
familia, de sus diarios sacrificios para ser el mejor proveedor; de la
paciencia infinita para compartir tiempo y juegos con sus hijos y nietos, a
pesar del cansancio; del optimismo inagotable y la fe en Dios que lo levantaba
en los tiempos difíciles; pero sobre todo, sabrán del hombre cariñoso, fiel y
servicial que ha sido para mí, su afortunada esposa.
Dios bendiga a ese hombre, mi esposo, en el día que celebramos un años
más de vida.
¡FELIZ CUMPLEAÑOS, GORDITO!
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