Abro el clóset y una cascada de recuerdos se mezclan con los aromas de
tu vida. La habitación se inunda de tu presencia. Entre los papeles apilados
descubro tus ojos atentos y a la caza de la inspiración de sueños y relatos. No
hay espacio en mi ser que quede sin vibrar ante la sensación de que estás por
cruzar el umbral y arroparme en un abrazo. ¡Cuánto te extraño!
Me siento sobre la cama, miro el muro frente a tu escritorio,
estampado de recordatorios y frases que te has inventado para que no se esfumen
tus hallazgos de sabiduría. Aspiro hondo y mi corazón se alegra al sentir los
recuerdos avivados en la flama del orgullo de ser tu madre.
Pienso en tus amigos, ahora sí, de muchos años. Te has sabido ganar su
cariño, su respeto y has sembrado en ellos el deseo de permanencia junto a ti.
Traigo a la memoria a tus maestros, muchos de ellos compartiendo esa
satisfacción por guiar tus eternos deseos de conocer, aprender y crecer.
¡Cuánto aplaudo tu férreo compromiso!
Recorro con los ojos tu espacio y siento el ondear de la bandera
blanca con la que te abres paso por la vida. La paz, la conciliación y el
respeto están inscritos en ella. ¡Cuánta gente como tú, amante del prójimo y la
armonía, hacen falta en nuestro mundo!
Me levanto y camino hacia la puerta, resistiéndome a dejar esa
compañía que me prodigan cada una de tus cosas: Partituras, libros, música y un
sinfín de escritos. Entonces, como por asalto, se filtra el viento en la
ventana, entretejiéndose en mis rizos, y una sonrisa aflora de mis labios. Es
como si tu mano traviesa volviera a alborotarlos y te dispusieras a correr a mi
habitación para, simulando un vuelo, echarte de barriga sobre mi cama. ¿Cuándo
empezaste con aquella travesura? No lo recuerdo, pero lo mejor está en que no
has dejado de desordenarme la melena y te sigues deleitando en desbaratar el cubrecama
para tenderte cual gatito y esperar a que rasque tu espalda y acaricie tus
cabellos.
Después de tantos días de lluvia y cielo encapotado, al sentirte cerca
en mi memoria, me deleito al pensarte y mirar, con ojos quietos y sonrientes,
el lado luminoso de la luna.
“Honra a tu padre y a tu madre, para que
disfrutes de una larga vida en la tierra que te da el Señor tu
Dios”. –Honra en mi hijo tu promesa, Señor.
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