Cuando niños, casi todos hemos escuchado el tradicional cuento de
Caperucita Roja y el lobo. Hoy, casi por puro ocio, releí la tan conocida
historia y encontré que, retirando los betunes infantiles, entraña enseñanzas
útiles a estas alturas de mi vida.
Comencé por la madre y su instrucción a Caperucita de llevar víveres a
la abuela enferma, cruzando el bosque con sus consabidos riesgos (¿o le habría
hecho recomendaciones antes de enviarla?)
La madre, motivada por una buena intención, decide tomar el riesgo y
envía a la inocente hacia el trayecto donde sabe habita el lobo y “otros” extraños. Su consejo es: “no te
apartes del camino y no hables con extraños”. Y todo el asunto me pone a
pensar.
¿Era el verdadero riesgo que ella hablara con extraños? El andar por
el camino, a fin de cuentas, era la opción que más posibilidades daba para que se
topara con otros transeúntes y, hablar con el lobo, ¿era el verdadero
riesgo, conociendo la naturaleza carnívora de la bestia?
La vaguedad en las advertencias maternas me parece no sólo insulsa,
sino casi tan infantil como la niña misma. Y, un poco más allá,
irresponsable.
Entonces imagino una típica escena actual donde una madre despide a su
hija para ir de campamento, a una excursión o una visita: “Pórtate bien, te
cuidas”. ¡Más imprecisiones y advertencias inútiles! ¿Acaso no es obligación
del adulto señalar los riesgos específicos a los que puede enfrentarse la
criatura? En cambio, encapsulamos la experiencia y deseos de bienestar en la
inútil frase “te cuidas”. Si además, evaluando la circunstancia de riesgo,
encontramos que la niña no sería capaz de maniobrar con las posibles
dificultades, ¿no es osado e irresponsable someterla a tales peligros?
Tal vez, de todos los personajes del cuento, la madre es quien más
reproche me merece. No sólo es de señalarle que “sus buenas intenciones” no eran suficiente razón para poner en
riesgo a su hija, sino que la lógica más elemental no es parte de su forma de
advertirla sobre los peligros.
A lo largo del cuento, cada personaje actúa como su rol le exige,
menos ella. Y en el diario vivir, descubro que muchos de nosotros nos
justificamos con nuestras buenas
intenciones, ponemos en riesgo a terceros por nuestra falta de lógica;
somos imprecisos en nuestras advertencias y, al final, parece que otros tienen
responsabilidad de nuestras decisiones.
¿Es en verdad un cuento para niños?
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